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Educación Inclusiva,una deuda irresuelta con la diversidad.
Marcelo Payacan
Estudios en: Administración de Empresas; Profesor de Estado para la Educación Técnico Profesional; Magíster en Evaluación y Currículum; Licenciado en Ciencias de la Educación; actualmente cursando Doctorado en Ciencias de la Educación.
Palabras clave: Educación, Inclusión, escuela, evaluación, diversidad
Educación inclusiva
Introducción:
Inclusión Educativa hoy, se podría afirmar taxativamente que, más que una aspiración – como la califican algunos – es aún una utopía. Si bien – en apego a la realidad – y a manera de reconocimiento a quienes silenciosamente engrandecen la humanidad. Es necesario admitir, que existen grandes y significativos avances. Con instituciones que, la inclusión educativa la vivencian de un modo consustancial, al derecho de la educación, y no como una dádiva social. Con personas vinculados a la educación, que consideran a todos los niños especiales. Particulares en su forma reír, de jugar, de ver la vida y, de “su” mundo. Ese mundo, donde - muchas veces – en sus compañeros de juegos, no ésta presente aún la discriminación. Compinches que, una vez satisfecha su curiosidad, dan paso al juego, al compartir… al verdadero incluir.
¿Por qué ésta mirada se pierde?, ¿Dónde quedan las felicitaciones por tener un hijo, dando lugar a condolencias y compasiones? El tener un condicionante: físico, visual, auditivo, cognitivo, motriz, intelectual, étnico, religioso, sexual, socioeconómico, etc., que “escapa” a la media, es – fundamentalmente - sinonimia de castigo, de maldición, de “rareza”. Olvidándose de ésta manera, que invariablemente la vida de un niño - en la condición que sea - es hermosa. Una vida, que siempre vale la pena vivirla, hasta encontrarle sentido a ella, y de este modo, llegar a ser un adulto pleno y feliz. En ese transitar biográfico, es donde padres y niños quedan en el absoluto abandono y desesperanza. Solo le acompañan largas esperas, trámites, comisiones, legajos, informes, etc., en un sistema frio, que dice estar preparado, pero nunca lo está.
Ésta “condición” de vida – que talvez le acompañe toda la existencia - debe estar necesariamente “blindada” de la fortaleza de quienes le rodean. Fortificación que no vendrá de la sociedad. Ya que ésta, le considerará – mayormente - como un enfermo un discapacitado, un indeseado, desvalorizándolo así, como persona que es. Esa pujanza emanada de su familia, le mostrará, que puede ser como todos los demás. Que posee las capacidades para superar con creces, todas las pruebas que la vida le depare. Sus logros, si se hacen esperar, tarde o temprano ¡llegarán! Sus primeras sonrisas, sus primeros movimientos, sus primeros pasos, sus primeras palabras. Alcanzando el día que, podrá marchar solo por la vida, entendiendo que, el mundo comienza todos los días, que cada día es un renacer. El ser digno, libre, completo y por sobre todo feliz, no es privativo de algunos, ¡es un derecho de todos!
El vivir feliz, es dejar atrás la violencia recibida en la discriminación. Exclusión consecuencia de la ignorancia. Crudeza de la sociedad - en la cual quizás - padres nunca vieron llorar a sus hijos, ni sollozaron con ellos por segregación o, por ser presa de burlas. Si bien, el ser “distinto”, es un tema cultural, mayormente hoy, continúa siendo un tema de humanidad. La diferencia del “otro” es tangible y vivible solo cuando “yo”, o un ser allegado, la posee. Por ello, la empatía, además de ser uno de los pilares importantes en la inclusión real, es comenzar a aceptar que, el “darse cuenta de todo”, no es exclusivo “solo” de los “normales”. Todos sufren en carne propia, las miradas, los hostigamientos, los comentarios mal intencionados, las ionizaciones, que trae consigo el destierro social por ser diferente.
Es entonces cuando - en una de las aristas de la inclusión - las denominadas capacidades diferentes parecieran emerger como un término empleado para el “consuelo”. Un eufemismo para no admitir la realidad. Es en el actuar de muchos colegios que, en apariencia dan la razón a ser solo un “bálsamo lenitivo”, una representación psicopedagógica a una nefasta realidad. Pero, al ver esos niños, de lo que son capaces de entregar, la incondicionalidad de amor, la capacidad de “leer” los corazones de los otros. Es fácilmente entendible que, realmente tienen otras capacidades. ¿Quién con una abrazo puede calmar una angustia o tristeza?, ¿Quién enseña con el ejemplo a ser solidarios y compasivos?, ¿Quiénes pueden compartir sin esperar nada a cambio?, para hacer todo eso, solo es posible poseyendo capacidades diferentes.
Las presentes páginas, no pretenden exhibirse como la excelsa revelación de la verdad. Ni tampoco como una guía o derrotero a seguir “en caso de”. ¿Cómo escribir desde una vida ajena a esa realidad?, ¿Cómo plasmar el sentir de la frustración desde el impedimento? Es como, querer hablar, de amor sin amar, del dolor sin padecerlo... Esas realidades no están contenidas en estas carillas. Esas verdades están, en el diario vivir de sus familias, en ese apretado abrazo por ese pequeño-gran logro, en ese orgullo de padres, en la mano que acoge, en la sonrisa, en el beso, en la esperanza. Escenario forjado, del mismo modo, en las calles, en la escuela, en la plaza, en la cotidianeidad de una sociedad que aparta la mirada. Esa colectividad que pese a convenios y tratados internacionales, discursos, estatutos, etc. aún tiene una deuda pendiente con la inclusión.
El mundo, siempre ha sido un lugar hermosamente imperfecto. Es esa inarmonía, la que le ha llevado, persistentemente al encuentro con la perfección, pero, como un propósito, no como un logro consumado. Ésta constante búsqueda, es parte del oficio de ser persona. Lo que motiva a encontrar el orden en el caos, la luz en la obscuridad, el saber en la ignorancia. Al ser todos seres imperfectos, estas deficiencias son suavizadas culturalmente con el saber, con gafas, audífonos, cirugías, etc. Todo ello, en la búsqueda de la adaptación al medio. Conciliación con el entorno, que ansía una integración y, una real aceptación. Si bien la inclusión ha avanzado, la proscripción aún persiste. El vivenciar la integración de la diversidad, es recibir un trato de un modo meramente asistencial, paliativo, y si se quiere, paternalista. Ésta perspectiva da cuenta de la desigualdad de oportunidades, tanto de derechos como de obligaciones.
Reduciendo las barreras arquitectónicas, prejuicios sociales y con una efectiva integración a la diversidad. Todo el tema de inclusión, se reduciría a una cuestión de amor propio. El tesón y el coraje, son elementos esenciales en la capacidad de ver el mundo de igual a igual. Modo de distinguir, que lleva a advertir incuestionablemente que, nadie es excelso. El asumir ésta realidad, es abrir espacios a las imperfecciones personales, de todos y cada uno. Descartando actos conmiserativos, propios y externos. Así, la validez o invalidez, la capacidad o incapacidad, que aún hoy, es una “cicatriz” social. Sería solo un apelativo semántico, y no una realidad que marca indeleblemente a quien es “normal y apto”, de quien es “anormal” y “no es apto”, para una vida en sociedad.
La variada literatura en lo referente a inclusión, que contienen propuestas, leyes, pensamientos, experiencias, métodos, etc. Es un “mar bibliográfico” que solo aumenta la certidumbre de una deuda pendiente. Compromiso adquirido con familias y sociedad, pero por sobre todo con las personas, que precisan de una efectiva educación inclusiva. Sistema educativo que, sea reflejo de una verdadera sociedad inclusiva, y no un bello ensueño.
Para emitir un sentir, es siempre necesario disponer de la mayor información posible. De éste modo, no solo se obtendrá una opinión lo más cercana a la realidad. Sino que, se podría - eventualmente - encontrar “pistas” de soluciones viables y eficientes. Es por ello que - éste escueto escrito - contiene tópicos, que atañen a toda una sociedad, y no solo a quienes están insertos en la enseñanza. Así entonces, procurando que sea un texto accesible y expansivo. Coherente con la finalidad del presente - de incluir a todos – se expone primeramente el tema de la educación, como una de las bases fundamentales de la inclusión social.
El comprender la trascendencia, que tiene la escuela, como “dispositivo socializante” en la vida de una persona, es asumir la magnitud de la resonancia y repercusión, en su consolidación como persona. Afianzamiento individual, no solo en los contenidos o materias. Sino que - obtendrá de la educación - el “anclaje” social para insertarse, libremente y en igualdad de condiciones en la comunidad. Además de esa premisa, están circunscritos conceptos como socialización; propositividad; fin y rol social de la educación; educabilidad; currícula y evaluación educativa; currícula comprensiva o compensativa; evaluación holística; aprender a aprender; cohesión social; trabajo colaborativo; diversidad; necesidades educativas especiales; inclusión; entre otros. Todo ello en forma conjunta, pretenden facilitar una mirada holística, respecto a la inclusión en la educación.
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú.
Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú.
Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú.
Sé tú el que aparta la piedra del camino.
Gabriela Mistral (1889-1957)
El proceso educativo, es un quehacer concerniente a todo ser humano como tal. Es un hecho, que “escolta” la existencia de la persona, durante toda su existencia en su permanente proceso de socialización. Acción, que tiene su génesis en el cuidado del seno de la familia. Ello, ha originado que, el concepto de educación sea, un término considerablemente cotidiano. Derivando ello que – con el afán de aporte o crítica – muchos formulen recomendaciones, basados en sus propias vivencias educacionales o, erradamente en su intuición. No obstante, pese a su trascendencia, su acepción no está clara. En 1996, en su obra Enciclopedia de Pedagogía, Rufino Blanco, reconoció 184 ilustraciones de educación. Ésta dificultad de hallar una precisa conceptualización, únicamente denota, la riqueza de las actividades que, componen el quehacer educativo y a la vez, la complejizan.
En su “habitual” significación del término educación – excluyendo la concepción técnica o científica del mismo – se pueden obtener dos grandes rasgos. La primera correspondería al conocimiento adquirido desde el “prisma” de la urbanidad. El “tener escasa” o “mucha” educación, posee entonces, una connotación respecto al resultado de la “apropiación” de normas y valores sociales. Es decir, un actuar es socialmente evaluado como “aceptable” (bien educado) o “inaceptable” (mal educado), dependiendo del acatamiento de las normas sociales que - consideradas adecuadas - el individuo esgrima en su interacción social. Otra variante del mismo – del concepto de educación – es la que, se vincula íntimamente con una de las nociones de cultura. En esa diferenciación conceptual, se relaciona con el acceso al arte, presente en teatros, museos, presentaciones, libros, ciudades, música, etc. Entonces – existe la convicción – que, a una ascendente disponibilidad a estos campos, le otorgan - al individuo – una superior “culturización” y, por consiguiente, una mayor educación.
El vocablo educación, está documentado en obras desde del siglo XVII aprox. Anterior a esa data, solo se aludía como criar y crianza. Apuntando a prácticas que, se referían escuetamente a: sacar adelante; sacar fuera; adoctrinar de doctrina y; discípulo de disciplina. Significaciones que, relacionaban los cuidados de las personas adultas, sobre los menores. Por ello, etimológicamente – educación – puede ser considerada de manera antimónica o complementaria, según la perspectiva que se quiera adoptar. De los términos Educere o educare (orígenes latinos del término educación) el primero –educere - alude a potenciar en el individuo, sus propias capacidades en su desarrollo, desde un enfoque como sujeto único e individual. El segundo – educare – se aproxima a criar y alimentar; instruyendo o guiando en conjunto. Subyaciendo en ésta idea – educare - el ejercer adaptativo y reproductora de la sociedad en el individuo, transmitiendo los elementos culturales que conforman una sociedad.
Paradójicamente, las ideas contenidas en la individualización (educere) y, la socialización (educare) - actualmente - son utilizadas de un modo complementario. Es decir, integralidad en todo proceso educativo que, se fundamenta en las influencias externas (educare): educativas socializantes y, el desenvolvimiento y desarrollo propio (educere) del individuo. Esto lleva a comprender la educación como un proceso interactivo y bidireccional, que desarrolla las competencias personales (educere), por medio del influjo exterior (educare). Es por ello que, indefectiblemente a la educación, le corresponde estar determinada desde lo individual y lo social.
Éste concebir de la educación – adaptativa y reproductora – para una eficiente inserción social del sujeto en la sociedad, es la base socializante de la educación, que plasmó Durkheim, en su definición de educación: La educación es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre aquéllas que no han alcanzado todavía el grado de madurez necesario para la vida social. Tiene por objeto el suscitar en el niño un cierto número de estados físicos, intelectuales y morales que exigen de él tanto la sociedad política en su conjunto como el medio ambiente específico al que está especialmente destinado.
La socialización es un proceso de humanización que, comienza con la génesis de la persona. Aquello, se entiende al comprender que, el ser humano es un ser inacabado y perfectible. La colectividad, por medio de la educación “aspira” a que, éste nuevo individuo, actúe de acuerdo a un “prototipo” un “modelo” de persona que, la sociedad ha establecido como guía. De ésta forma, el resultado de la educación – debiese ser - un individuo “deseable” para la comunidad. Entonces, al educare le correspondería el conocimiento propiamente tal; la socialización; el formar para la vida; el afianzamiento de “su” humanidad en sociedad. Todo ello, desde el educere, respetando “su” individualidad, la distinción entre uno y otro; la diversidad íntima y peculiar, presente en el ser, lo que “me diferencia” del resto; lo que me “hace ser” único.
La socialización en la etapa escolar - como proceso evolutivo de humanización - está compuesta de dos elementos principales: el educador y el educando. El fundamento en ésta relación-acción, está en la influencia de uno sobre otro. De ésta forma, en todo proceso educativo, inviste una manipulación en el otro (Dewey 1967-1997). Éste influjo no siempre es positivo, de allí el adoctrinamiento. Para calificarlo de axiomático, debe respetar la individualidad, la libertad y dignidad de las personas. Del mismo modo, debe ser “transparente” y acordada entre las partes. Ésta intencionalidad o propositividad convenida en la educación formal, es sistemática y estructurada, con un alto grado de consciencia - del acto educativo - entre educador y educando. La intencionalidad de la educación, está proveída por la comunicación. Correspondencia interactiva, entre dos o más personas que, está enmarcada en normas, valores y canales de comunicación. De ésta manera, la intencionalidad, debe considerarse como un mecanismo de acuerdo mutuo entre las parte, en la educación. De tal modo, todo influjo deliberado, consciente, intencional y positivo, son elementos que, deben estar presentes en la educación formal.
Otros factores que - además de la propositividad – son propios de la escuela y, son fuertemente condicionantes: es la familia, el contexto y, la sociedad. La familia, junto al contexto “imprimen” parte de la diversidad en el colegio. La familia, “reclama” de la educación formal – amén de coherencia curricular - la consolidación e internalización de las normas sociales. Esto, porque muchas veces, los padres considera que, las normas de urbanidad, son una cualidad que denota saber. Además, demandan del sistema educacional, los conocimientos propios de sus grados curriculares. Sin contar – en considerables realidades – que la escuela, es “percibida” por la familia y sociedad, como un “refrenar” o “contenedor” de niños y jóvenes considerados “problemas”.
Todas estas petitorias a la educación, invariablemente están encuadradas en el principio socializador, que se vive en sus instalaciones y, que no siempre es claramente apreciado. Es entonces cuando, estas múltiples exigencias al sistema escolar, producen un encuentro real entre: el hacer (por el docente y sistema educativo) y el pretender (por la familia y sociedad). Este “choque” de realidades, proyecciones y exigencias, deja – en numerosos casos – a la diversidad desprovista de su sostén socio-educativo. Ya que, al no poder satisfacer, la diversidad de demandas - la enseñanza - prescinde de “esos” pedidos, truncando la socialización y formación del alumno.
De ésta manera, entender que: el ejercer socializador y humanizante, que tiene la escuela en el educando, es trascendental en su vida social futura. Es asumir que: el privar a la diversidad del “andamiaje” socio-educacional necesario para “su” inserción social, es equivalente a, despojarlo del respeto como persona-humana. La escuela – en su fin - debe formar integralmente a la persona, atendiendo a sus cualidades y capacidades. No descuidando, descartando, condicionando o requiriendo componentes cognitivos, físicos, sociales, raciales, religiosos, económicos, etc. específicos. De ésta forma, todo fin educativo, no puede estar ajeno o distante de su rol y, de las normas junto a los valores sociales.
Así la escuela, debiese impulsarlos no solo como un mero compromiso social, sino como, un vivenciar absoluto que, establezca las directrices del actuar, de todos quienes conforman un sistema educativo. De éste modo, la función adaptativa, social y reproductora, presentes en la educación, condicionarán los objetivos de la escolarización. No obstante, el anquilosamiento que vive actualmente la educación - con respecto a la diversidad - está dado por múltiples factores. Si bien, las argumentaciones pueden ser variadas – técnicas, metodológicas, estructurales, etc. - todas ellas, están ajenas a su rol y fin social.
La escuela, tiene entre sus compendios – además del rol y fin social – el principio de ductilidad de la persona. Es decir, la facultad del ser humano a internalizar conocimientos y, de ésta forma, modificar sus prácticas. Ésta noción – presente en la colegio desde sus orígenes - ha apoyado su existencia, procesos de selección, organización y transmisión. Todo ello, “estribado” en la capacidad de maleabilidad psico-orgánica de la persona. Es justamente ésta disposición – de “plasticidad” – en el ser humano la que, le ha permitido adaptarse y desarrollarse en la escala evolutiva. Ésta constante aclimatación, le ha “obligado” a estar en un permanente aprendizaje. Por ello que, en los estadios iniciales de vida, es tan importante el cuidado, como lo será la educación, en los estadios posteriores. Como ciencia que estudia la hominización del ser humano, desde sus orígenes hasta su consolidación como especie, está la Antropología Científica. Ésta ciencia se ocupa fundamentalmente de la base biológica y estructural del humano.
De ésta forma – la Ciencia Antropológica – considera que, debido a la capacidad “acomodativa” como ser, en su sistema nervioso central, el humano ha modificado sus estructuras y funciones, para adaptarse a los cambios ambientales. Investigaciones y observaciones biológicas y antropológicas, demuestran que, el recién nacido humano, posee un déficit de competencias básicas para su eficiente adaptación al medio. En éste nacer “desvalido” – comparativamente con otras especies – es donde el cerebro asume un rol preponderante.
Así, las áreas determinadas por el paleocórtex – zona evolutiva más “antigua” del cerebro – responden a satisfacer necesidades primarias. Los componentes hereditarios como el habla, la memoria, etc. se localizan en zonas más “modernas” del cerebro denominada mesocortex. Funciones superiores como la conciencia, la cognición, la imaginación, etc., están en áreas de la corteza cerebral más “evolucionadas” como el neocortex. Por ello, la maduración, estará presente “ordenadamente” en un ser humano: el estar de pie, el caminar, el hablar, etc. (Piaget 1986-1981-1998). Entonces, maduración y aprendizaje, serán apreciables en la adquisición y receptividad, dependiendo de la edad y desarrollo biológico.
Desde otra mirada – de la Antropología Pedagógica - la educación del ser humano, está fundamentada en su capacidad de educabilidad. Entendiendo éste término como la capacidad antropológica del hombre, a evolucionar en forma interna, por medio de acciones pedagógicas externas. Si bien, la locución de educabilidad proviene de la vocablo alemana bildsankeit, presentada en la obra de Johann Friedrich Herbart (1776-1841) Esbozo de lecciones pedagógicas (Umriss pädagogischer vorlesungen). En 1935, éste tratado, fue transcrito como Bosquejo para un curso de pedagogía, por el español Lorenzo Luzuriaga. Éste hecho, ha traído hasta hoy, discrepancias en la traducción del mismo. Si bien no existe un equivalente en español a bildsankeit, algunos consideran que, debiese utilizarse el término de formabilidad.
Bildsankeit fue utilizado, por Kant, Fichte, Hegel entre otros. Siendo en el siglo XVII, XIX y hoy usado ampliamente. En todas sus aplicaciones, su connotación, está asociada a la capacidad del ser humano de ser formado-educado. El contener en su haber, la idea de formación, es distinguir la facultad del ser humano de formarse, siendo ésta, una condición distintiva como ser. Es decir, si la persona no poseyera el potencial de formabilidad, la educación no lograría efectos en el individuo, por tanto, no tendría sentido la misma. Así pues, la concepción de educabilidad en la actualidad, da cuenta, de la disposición del hombre a perfeccionarse. De ésta forma, el ser humano al existir, debe “hacerse”, y ese “hacerse” es a través de la formación. Ésta posibilidad de formación, al ser una categoría exclusivamente humana. Originando que, el proceso educativo sea viable.
Así, la educabilidad se entiende como la capacidad de concretar aprendizajes nuevos, modificar acciones y adaptarse al medio, entre otras. En donde las complejidades psicobiológicas de una persona, hablan de una flexibilidad, de una maleabilidad, y de intencionalidad. Todo ello, es lo que presupone un proceso cognitivo. Propugnándose, en la maleabilidad cognitiva, como un ser único e irrepetible. De este modo, el negarle a una persona su capacidad de educabilidad, es impugnar su humanidad. Si bien, la educabilidad presenta límites, éstas, una vez establecidas y asumidas son factibles de desarrollar. Estas fronteras – determinadas por elementos biopsiquicos, sociales y culturales – definen el espacio de la educabilidad y su lineamiento transformacional.
Por consiguiente, la base – de la educabilidad – son las características biomorfológicas del ser humano y, su plasticidad orgánica. Particularidades presente en el individuo desde sus orígenes, que le llevaron a actuar “sobre” el medio para su supervivencia. Ejercer que, valiéndose de “su” memoria (en el comportarse de animales y medio) y que, junto a la reflexión, le dieron las “armas” para trazar un mundo con sus pares. En la necesidad de hacer más eficiente su adaptación y sobrevivencia, desarrolló estrategias en la generalización de las experiencias colaborativas. Entonces en el paso entre, desindividualización y trabajo colaborativo, es que la educación realizó, la función de integración social. Por ello, por medio de la educabilidad, se dota al ser humano de todos los componentes socioculturales que carece, para una vida en sociedad.
En la aplicación del principio de educabilidad, se genera la relación educador-educando. Ésta correspondencia, se enmarca en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Progreso que se concretiza por medio de, una sistematización gradual de contenidos, normas, valores, costumbres, etc. Éste actuar de la educación – sistematizado - le permite entregar un coherencia, un orden lógico en los saberes, estructurando los contenido académicos desde conocimientos previos. Ésta racionalidad metodológica – de lo general a lo particular, de lo próximo a lo remoto, de lo tangible a lo abstracto – pretende un aprendizaje efectivo o significativo.
Un aprendizaje metacognitivo, entendido como, una alternativa factible de formar educando autónomos y diversos. Es una independencia educativa, que se fundamenta en la potencialización de los procesos cognitivos y la autorregulación de los mismos. De ésta manera, es conducente a que, en cada estudiante se desarrolle el método de aprender a aprender. Es decir, auto-orientar aprendizajes, transfiriéndolos a múltiples ámbitos de su vida. De éste modo, los procesos metacognitivos, pueden ser entendidos como representaciones de la realidad particular de cada persona. Imágenes, vivencias, etc. “almacenadas” en la memoria, en numerosos formatos y símbolos. Todas estas representaciones, son manipuladas con distintos fines por el sistema cognitivo. Utilizaciones, que incluyen combinaciones con otros subsistemas, que combinan procesan y almacenan otras representaciones. Dando como resultado nuevas representaciones del conocimiento.
Cabe señalar, que cognición, es asociado a todo proceso o ejercicio mental. Operaciones tales como: lenguaje, memorización, atención, percepción, compresión, análisis, entre múltiples otras. Metacognitivo entonces es, la autorregulación de todas aquellas acciones, que hacen posible el aprendizaje. En todo proceso metacognitivo, - como actividad mental - implica: planificar actividades; distinguir y observar la acción proyectada, y; evaluar efectos y resultados. Ésta forma de ver la enseñanza – desde la metacognición – plantea una nueva esquemática educativa. Éste cambio paradigmático propone que, además de replanteamientos estratégicos, se impulse el pensamiento analítico y crítico. De ésta forma, es más importante la comprensión del concepto y su aplicación en una circunstancias, que, la sola memorización.
Así pues, cada individuo, se “acercará” a su mayor grado de potencialidad cognitiva. Ya que, toda habilidad cognoscente es factible de aprender, desarrollar y practicar. Si bien, existe un potencial constitutivo en cada alumno, que aún bajo las mismas estrategias mentales, generará una disparidad final. La importancia radica en, desplegar las habilidades cognoscitivas que ya posee con antelación, haciéndolas éstas, más eficientes. De esa manera, la inteligencia de la persona, será fortalecida desde, su propia inteligencia, de su flexibilidad y su automaleabilidad. Ésta forma de trabajar el área cognoscente, desde las particularidades individualidad de cada persona. Es reconocer que, el conocimiento se construye personalmente, activando sus propios esquemas mentales. En éste ámbito, la intervención pedagógica, solo entrega las bases del saber y las orientaciones para ir en la dirección adecuada. Es el alumno, quien debe construirlos, modificarlos, enriquecerlos y por sobre todo, diversificarlos.
En consecuencia, el aprendizaje significativo, será tangible cuando tareas, actividades, dinámicas, etc. son relacionadas de manera coherente y el sujeto decide aprender. Ese, es el momento, en que el alumno es constructo de sus propios saberes. Conocimientos que, otorgándoles un sentido, estructurarán un nuevo concepto desde los que ya se encuentran. Es decir, cuando el alumno construye nuevos conocimientos a partir de los existentes, pero además, esa construcción es por interés propio. El rol del docente, en éste tipo de aprendizaje, es conocer las competencias a evaluar, ser un guía, un apoyo, un facilitador, entregando materiales didácticos significativos.
En un aula, que atienda la diversidad, la metacognición es trazada como un proceso de autosupervisión y autoregulación. Ambos elementos, favorecerán la autonomía y autocontrol. Ya que, le permitirán seleccionar estrategias y tiempos, a la vez que – el alumno - va evaluando las etapas previamente planificadas. Éste auto-reconocimiento le conferirá: consciencia de sí mismo, de sus potencialidades, limitaciones y características personales; comprensión del quehacer, características, grado de dificultad, conocimientos vitales para una eficiente selección de métodos y estrategias, y; selección de estrategias y métodos, el educando debe manejar alternativas viable que, le permitan concretar la tarea.
La importancia de la metacognición en la educación actual, está en la visión que se tiene del alumno. Cada educando, es “forjado” como un aprendiz, no solo de nuevos conocimientos. Sino que, el aprendizaje metacognitivo condiciona en el escolar el aprender a aprender. Siendo entonces, un constructor de su propio conocimiento. En tanto este pensar, debiese de ser un objetivo fundamental de la educación presente. El autoaprendizaje autorregulado, es la clave para diversificar la forma de enseñanza y respetar a la pluralidad. Afianzando de ésta manera, otras formas de aprendizaje, además de los tradicionales aprendizaje repetitivo-memorístico ya sea guiado o por descubrimiento autónomo, se incorporarían el aprendizaje significativo receptivo, el aprendizaje significativo por descubrimiento guiado y, el aprendizaje significativo por descubrimiento autónomo.
Todo ello, es alcanzable al unificar y equiparar enseñanza con aprendizaje. Sin embargo, ésta dicotomía, aún no ha sido resuelta. Las continuas presentaciones de diseños curriculares, han infructíferamente buscado incorporar el “contrapeso” en la balanza en los dos planteamientos. De éste modo, el elemento – enseñanza – debe estar establecida en una educación planificada, proyectada, intencional y axiomática, siempre respetando la multiplicidad y singularidades de los educandos. El aprendizaje, si bien es responsabilidad y se produce en el sujeto, es función de la enseñanza, utilizar didácticas y metodología que, atraigan la atención del educando y sean representativos para ellos. Además al existir un alto grado de motivación – con todas sus estrategias – se sesga la posibilidad de una pobreza intelectual. Esto en parte porque, al generar interés en el alumno, hará las consultas o comentarios en la cátedra, respuestas que, se incluirán en la esfera educativa del aula. De ésta manera, una currícula que se plantee, en forma coherente, contextualizada y en coherencia para quien fue diseñada, es una de las respuestas a la inclusión educativa.
Para Arnaz (1981), el currículo es un plan que norma y conduce explícitamente un proceso concreto y determinante de enseñanza aprendizaje que se desarrolla en una institución educativa. Es un conjunto interrelacionados de conceptos, proposiciones, normas y acciones estructuradas en forma anticipada. Es decir, una construcción conceptual destinada a conducir acciones, pero no las acciones en sí mismas, aunque posteriormente puedan inducir los cambios que requiere el plan. En esencia, lo asume como una previsión de acciones futuras, dejando claro que la construcción es distinta a la ejecución de esas acciones. Según Lundgren (1992), el currículo es una selección de contenidos y fines para la reproducción social, por medio de conocimientos y destrezas que han de ser transmitidos para lograr la educación; así como una indicación de métodos relativos a la enseñanza de los contenidos seleccionados. Por tanto, el currículo es el conjunto de lineamientos sobre la forma de seleccionar, organizar y transmitir los conocimientos y las destrezas en la institución escolar.
Si bien, ambas acepciones pueden calificarse como contundentes, se logra rescatar de ellas, la idea de anticipación y planificación de acciones. Ello, con el objetivo de concretizar el proceso enseñanza-aprendizaje, conducente a una transcripción social por medio de conocimientos y destrezas. Todo esto, incluyendo además, los necesarios cambios futuros. Modificaciones y ajustes que, asegure la construcción de los mismos. De ésta forma, se razona que, su particularidad está en la programación y predisposición de quehaceres, mas, ellos – los quehaceres – son modificables, en función de una óptima construcción conceptual. Como señala Arnaz: una construcción conceptual destinada a conducir acciones, pero no las acciones en sí mismas, aunque posteriormente puedan inducir los cambios que requiere el plan.
Por lo tanto, de estas representaciones de currícula educativa, está presente la idea de: la inserción e involucración – sin excepción alguna - de todos los sujetos escolarizados. Debido a lo cual, la currícula educativa debiese reconocer e incluir a todos los individuos. Educandos que, temporal o permanentemente precisen de atenciones específicas, correlativas a su ser y desarrollo. Currícula centrada no solo en sus deficiencias, sino que, en los recursos de formación profesional docente y educativa que, el sistema escolar debe prever, para una apropiada respuesta social. De éste modo, una currícula educacional única y abierta - que reconozca la diversidad - es atender los principios de los Derechos Humanos de igualdad, justicia, oportunidad y equidad social. Ello porque cada alumno, posee sus propias necesidades y potencialidades específicas que, es necesario respetar y desarrollar.
El sistema educativo, ha recibido el impacto social, de los cambios que se han vivido en las últimas décadas. Donde modelos culturales, sociales y económicos, etc., característicos del actual proceso de globalización, tienden a homogenizar. La escuela - a modo compensatorio – ha insertado prácticas educativas coherentes que, “contrarresten” la homogenización. Para ello ha implantado un sistema de currículas comprensivas o compensativas. Es decir, currículas con alternativas didácticas, que integren a todos los alumnos y de ésta forma, la diversidad sea un valor axiomático y enriquecedor…
A manera de cumplir éstos objetivos, y no solo sean parte de un párrafo a modo de ejemplo. El concretar de una forma satisfactoria y, no solamente sea una mera falacia discursiva, es imprescindible replantear las prácticas cotidianas y currículas educativas. Alcanzando las metas de igualdad, en la formación y nivelación académica. Es decir, todo alumno que, pertenezca al sistema educativo, tendrá las mismas oportunidades sociales, económicas y culturales. Así entonces, en éste encuentro – aún quimérico - entre pretender y deber, correspondería desechar parte de los principios educativos tradicionales. Dando espacio a nuevas perspectivas y paradigmas que, concreticen los objetivos de consonancia educativa en la igualdad de oportunidades, respeto, tolerancia e inclusión a la diversidad.
Para poder concebir cual sería el objetivo de una currícula que atienda la diversidad, primero se debe tratar de “interpretar” el término, sus implicancias y sus carestías. Cabe señalar que, diversidad se utiliza en éste escrito como un referente a todos los elementos sociales: socio-económico, étnico, religioso, sexual, físico, cognitivo, auditivo, visual, cultural, etc., es decir, cabalmente todo el crisol de pluralidades presentes en un aula. Diversidad viene del latín diversus, del verbo divertere, expresa lo diferente, lo múltiple y abundante. La diversidad social, es la expresión primaria de la diversidad cultural. La diversidad es esencial en una sociedad, ya que, sociedad es el núcleo de protección de los humanos. Ésta “esfera” de resguardo, le ha permitido la supervivencia y perpetuidad como especie. Ello es concebible solo, desde el aporte de todos sus miembros, sin exclusiones. Cuando una sociedad exceptúa ciertos grupos sociales, predominando la intolerancia, injusticia y postergación, aflora lo bajo de la faceta humana.
El término diversidad, posee un uso frecuente, que alude más, intrínsecamente a una diferenciación social. Si bien, ésta distinción en el núcleo educativo, está referida al reconocimiento explícito, del derecho de todos a una educación inclusiva y de calidad. El erradicar las actuales inercias educativas, es el comienzo para atender la diversidad y brindar una real igualdad de oportunidades. Una escuela, que sea ella, quien se adapte a las condiciones del aula, borrando todo rastro de la selección u homogenización, es un desafío a profesionales y sistema. Es además, el inicio a una escuela que “abrace” y “ampare” la diversidad. Ésta encrucijada es salvable, solo desde la convicción y el compromiso con la innovación. De ésta manera, la diversidad ya no será una realidad a rehuir, ocultar o descartar, sino que, un elemento más, en la habitualidad institucional.
La educación – sin cuestionamientos - juega un rol fundamental en toda sociedad de personas. Esa formación académica, está “plasmada” en un modelo educativo. En éste patrón educacional, no únicamente convergen elementos estrictamente pedagógicos, sino que, se circunscribe elementos políticos, culturales, ideológicos, económicos, etc. Componentes que, no solo condicionan la particularidad del contexto, sino que, su actuar. La función de educar está asentada – conjuntamente con los factores ya mencionados - sobre dos “sostenes” que - además de interactuar simbióticamente - le dan el carácter de sí misma. Ellos son: la sociedad, como representación cultural, en la cual socializa y se desarrolla la persona y, la individualidad de toda persona, con sus tipificaciones propias, que le hacen singular. Entonces, un modelo educativo, puede definirse como un “encuentro” entre dos intereses: los intereses de la sociedad para “incorporar” en cada persona-ciudadana aspectos socio-culturales, históricos, filosóficos, ideológicos, intelectuales, actitudinales y afectivos entre otros, y, los intereses individuales particulares de cada persona, manifestados en sus habilidades, destrezas, conocimientos, experiencia, inclinaciones, déficit, etc. Todo ello, acotado por una época histórica determinada.
De ésta forma, la educación como proceso abierto, intencional, permanente y estructurado en las personas, tiene como propósito último: el progreso personal e intelectual. Además de: sustentar y respaldar la integración social en un contexto determinado. Todo ello, impulsado desde múltiples ámbitos y propuestas. Es una representación que, es sostenible - en el cumplimiento de éstos objetivos - solo si, se produce esa doble función. El reconocer que la educación, es un derecho inalienable, sin excepciones y en íntegra igualdad. Es mostrarse plenamente de acuerdo que, la escuela es el conector entre ese derecho y además, la encargada de potenciar aprendizajes, independiente a las capacidades y procedencias individuales. Por lo tanto es comprender entonces, su doble desempeño en la persona.
Así, la primera función, está relacionada con la trascendencia, que tiene el colegio en la persona - en su socialización - como lugar de encuentro con la comunidad. Además de compartir con otros; se crean comunidades; se distinguen “otros” valores y hábitos; se pone en uso las negociaciones sociales que, potencian la democracia, la solidaridad, el respeto, la inclusión, etc. Todas estas prácticas sociales, al ser compartidas por el grupo, tienen valores y normas en común. Éste actuar colectivo, contiene entonces, las porciones de homogenización consensuadas necesarias, que entregan las pautas, criterios, patrones, costumbres, etc. para una vida en sociedad.
La segunda función, guarda estrecha relación con la realidad empírica que, comparten todos los seres humanos: la individualidad. El diferir uno de otro - en toda su extensa diversidad - deja de manifiesto que, en la escuela mientras mayor sea el número de personas en el aula, ésta, será proporcional a la diversidad que atesore en su seno. Es decir, el respetar y percibir la diversidad como un erario, es darle un sentido común a la escuela, es predicar con el ejemplo, respecto al respeto por el otro. De manera contraria, excesivas veces, la multiplicidad de individualidades – que enriquecen la diversidad - presentes en la sala de clases, es concebida como un factor entrópico. Estorbo que, es preciso eliminar o neutralizar al menos. Ésta incongruencia con la realidad social, pretende convertir la escuela es un ghetto. Entendiendo ghetto, como el separar voluntaria o involuntariamente a un determinado grupo étnico, cultural o religioso, etc. Así la educación sería, una suerte de precepto social exclusivo para algunos y expulsivo para otros.
De modo inverso, en una educación como proceso abierto, permanente y con una estructura flexible, la categorización de los estudiantes - en relación a la uniformidad de oportunidades - es asociable a intervenciones sociales que, prescriben la educación. Ésta práctica, induce a una estratificación, no solo educacional, sino que, es también trasferida al campo social. Al etiquetar a un estudiante como: incapaz, inapropiado, inhábil, etc., es infringirle un daño irreversible en su autoestima. Es crear una frontera entre: quienes tienen la “capacidad” de un perfeccionamiento académico y, los que “quedan en el camino”. Una castración social que, le otorga un estatus social, difícil – pero no imposible - de revertir. Por ello, un sistema educativo que, esté en contra de la diversidad, todo su actuar será en desmedro a ese alumno. Produciendo no solo el descredito entre sus pares, sino que, quedará profundamente esculpido en su huella bibliográfica. El “soy inepto” para los estudios, le condicionará a una vida futura carente de progreso. Sesgando su porvenir a tareas que no demanden, excesiva capacidad cognitiva, frustrando un porvenir.
Sin embargo, un sistema educativo que haga eco de la diversidad, no será sinónimo que, todo alumno poseerá igualdad de competencias para una mayor formación académica. Es un modelo educativo, con currículas comprensivas o compensativas, que reconozcan, identifiquen y potencien las aptitudes y actitudes de cada alumno, siempre en igualdad de condiciones. De ésta forma, el educando podrá “visualizar” - desde una equidad educativa - su futura idoneidad laboral. Y lograr ser de éste modo, un individuo que aporte a la sociedad, autovalente y hacedor de su propio destino.
Por ende, una escuela abierta a la diversidad, no significará predefiniciones asociadas a determinantes sociales, psico-físicas, cognitivas, sociales, culturales, económicas, etc. Éste tipo de escuela, comprende que, además de la pluralidad del ser, todos los alumnos aprenden y comprenden, de distinta manera y ritmo. La oportunidad de aprender con el grupo – donde todos tienen algo para mostrar, enseñar y participar – es, no solo concederle autoconfianza y motivación, sino que, es sembrar el éxito educativo, desde la participación. En consecuencia, se debe ver la diversidad, no como una contrariedad, sino, como un elemento conducente a una mayor calidad y comprensividad.
Así, la currícula comprensiva o compensativa – aplicada en un aula educativa diversa - es entendida como, la individualización de la enseñanza. Una adecuación de estrategias metodológicas, a las necesidades propias de cada alumno. Todo ello, desde un trabajo colaborativo y socializante. De éste modo, las respuestas educativas, en la heterogeneidad del alumnado, estarán enfocadas en optimizar el proceso enseñanza-aprendizaje. Ésta idea de currícula basada en la diversidad, es concebida como una doble función o perspectiva: la educativa y la social.
En ésta dualidad, se encuentran primeramente la variedad de elementos que conforman el acto educativo: el docente, las materias y los educando. Los alumnos, poseen multiplicidad de valores, intereses, experiencias, cultura, capacidades, ritmos y estilos de aprendizaje etc. El docente, de igual manera, ha de poseer multiplicidad de valores, intereses, experiencias, cultura, capacidades, etc. además de, formación profesional, nivel de vocación y convencimiento en el quehacer educativo. Las materias, formalizadas en la currícula, estipulan variedad de metodologías a aplicar, dependiendo de sus objetivos.
Por otro lado, los componentes que, además de complejizar el hecho educativo, justifican una formación desde la diversidad son: social, cultural, axiomático. La naturaleza social de la educación, se relaciona con la capacidad de revertir las desigualdades sociales. Al factor cultural, le incumbe la infinidad de culturas - como realidad del ser humano - donde la maleabilidad es un constituyente, en la enculturación aculturización y reculturización. El elemento axiomático, considera la educación, como una actividad abierta, como un proceso social-cognitivo de reconstrucción en el raciocinio personal.
De éste modo, una educación basada en la diversidad, no es equivalente a medidas que den respuesta - en un momento determinado - a dificultades educativas. Que busquen disminuir obstáculos, derivados de diferencias culturales, sociales, étnicas, religiosas, etc. Una educación “desde” y, que se fundamente en la diversidad es, conciliar el actuar docente-institucional con, los requerimientos educativos de todos sus alumnos, permitiendo de ésta manera, que el sistema educativo, sea coherente con la promoción de la calidad e igualdad. Al atender a la diversidad, se está promoviendo la no-discriminación. Ésta misión “relegada” de la escuela, es el “engranaje” necesario, para la constitución de ciudadanos inclusivos, democráticos y solidarios. Para todo ello, es clave entender que, no existen alumnos “normales” o, “anormales” o, “deficientes”. Para llegar a ésta clasificación, primero habría que, inquirir y consensuar ¿qué es normal en la sociedad de hoy?... Sólo está claro que, existe diversidad de condicionantes, para un efectivo proceso de enseñanza-aprendizaje.
El aceptar la pluralidad, como un hecho de vida cotidiano, es valorar y respetar a las personas desde sus peculiaridades. Cada una de ellas, con sus proyectos de vida, que enriquecen la aspiración común en sociedad. El desafío está, en encausar el derecho a una educación de calidad, a todas las personas-ciudadanas y, el derecho a la individualidad. Todo ello, sin que genere exclusiones o desigualdades. Las desigualdades presentes hoy en la sociedad, provoca diferencias idiosincráticas en el proceso de desarrollo de una persona. Así pues, cada alumno, “traslada” esa diferencia a la escuela, provocando distintos vértices en la escolaridad. De ésta manera, el proveer a todos los estudiantes la misma educación, no es equidad, sino que, potenciar las diferencias. Para “trabajar” con esa diversidad, es preciso adecuar los procesos educativos a las necesidades reales y concretas de cada educando. Éste ocuparse, de las particularidades de cada alumno, se fundamenta en el trabajo colaborativo. Cooperación que incluye a todos quienes integran la escuela, todos aportan, todos necesitan ayuda.
El trabajar en el aula, desde la colaboración y no desde la competición es, influir directamente y, a largo plazo en el entorno social. La escuela basada en la diversidad, con una currícula comprensiva o compensativa, exige cambios urgentes en el actual sistema educativo. Además de las condiciones de desempeño profesional docente, es apremiante un cambio de paradigma social. La docencia, como profesión, no puede concebida, como “una de las últimas - menos malas - opciones profesionales”. En ese vivenciar de la educación, no hay espacio a convicción ni vocación. Otra modificación inapelable es, la readecuación y modernización de la currícula, que forma a los futuros docentes. Ella, además de ser entregada de manera tradicional academicista, no concede las competencias para ocuparse de la diversidad. Sólo la variedad contiene la diversidad, esa debiese ser la premisa que, fomente una “forma de hacer las cosas” distintas. Amparando de éste modo, las distintas singularidades, capacidades e intereses de sus alumnos.
Esto último se entiende, al ver la organización del tiempo en la clase. Dicho de otro modo, al organizar una actividad de manera monocrónica, la acción y etapas transcurren en forma lineal. De ésta forma, las pautas de progresión establecidas en la tarea, son prioritarias a los alumnos que la realizan. Obviando importantes elementos como: relaciones interpersonales; trabajo colaborativo; contexto y entorno, etc. De modo contrario, un quehacer policrónico, permite contemplar y evaluar, en forma coherente con el contexto. Orientando así, las “miradas” en las personas por sobre las labores. Por ese motivo, un modelo educativo desde la diversidad en la diversidad, redundará – no solo en el juego de palabras – sino que, en calidad y eficacia.
El presente sistema educativo, tradicional y selectivo, integra a todos los alumnos, pero margina a un considerable número. Ésta afirmación no es una contradicción, ya que, cumple la función de “contener” a niños y jóvenes en sus aulas, pero no, de educar. Dejando así, el “espacio” para educar, a quienes cumplan con sus cánones de exigencia. Éste proceder, testimonia la incesante búsqueda de la homogenización que está presente en sus cimientos. No obstante, profesionales de la educación que, diversifiquen alternativas de retención de alumnos. Docentes que hagan eficaz el resolver problemas situacionales concretas de enseñanza-aprendizaje. Son facultativos que, efectivizarán las potencialidades en los alumnos de diversas culturas, ritmos y formas de aprendizaje. Como elemento capital, siempre estará el docente, el cual, sin convicción ni vocación, resta muy poco por hacer. Pero una currícula comprensiva, será la herramienta paliativa para concretizar la adaptación a cada sujeto, de no contar con un docente competente.
Una currícula flexible, percibe los resultados de los alumnos (en caso de ser pobres), no como un déficit, sino que, el corolario de la interacción entre, las competencias propias del educando, con las características de los restantes compañeros en el proceso de enseñanza aplicado. Es decir, éste tipo de enseñanza, con un ofrecimiento educativo que, proporcione respuestas educativas diferenciadas y ajustadas a las necesidades de los alumnos, entrará en consonancia con el respeto a la heterogeneidad.
Éste modo de ver y vivir la educación es contraria al actual sistema, que busca, la adaptación del alumno a la escuela, y no la escuela al alumno. De ésta manera el hablar de diversidad educativa, debiese ser un término tan amplio, como la diversidad misma. La representación de ella – diversidad educativa - expone entonces que, todo alumno, posee insuficiencias educativas propias, individuales y específicas. Necesidades que no le permiten acceder de manera eficiente, a los aprendizajes necesarios propuestos en la currícula. Instrucción requerida, para su efectiva socialización. Las carencias en los alumnos pueden derivarse de aspectos tales como: minorías étnicas, físicos, socio-cultural, cognitivo, grupos de riesgo, sensoriales, motriz, etc.
En la incorporación de la diversidad en el aula, concerniente a: grupos de riesgo y minorías étnicas, la escuela, es considerada uno de los vectores más importantes de la integración social. Sin embargo y de igual modo, el colegio puede ser apreciado como un elemento que “amplifica” las segregaciones y desigualdades de esos grupos. Por ello que, dentro de una educación basada en la diversidad, la interculturalidad es una respuesta a necesidades de integración de grupos disímiles culturalmente. Si bien, el término integración social, es aplicado – mayormente – a la integración de etnias, la acepción es mucho más amplia. Encierra dentro de su significación, la idea que, grupos de riesgo – al igual que los étnicos e inmigrantes – poseen otra cultura.
En éste aspecto, los alumnos calificados como de: riesgo, étnicos e inmigrantes, al no encontrar el apoyo inductivo necesario en el sistema educacional, se concentran en algunas escuelas. Estos centros educacionales, muchas veces – salvo excepciones exitosas - no están preparados para amparar dicha demanda. Éste hecho, da paso a escuelas Ghettos que, con una mayoría de la población estudiantil desfavorecida, no subsana la problemática cultural e identitaria. Ello, da cuenta de la fragilidad de las organizaciones de educación que – mayormente - desconoce los derechos culturales de una determinada población, debilitando la integración desde el respeto.
El elemento cultural es, el “andamiaje” que posee cada persona para entender el mundo y; le da sentido a vivir en comunidad, sus relaciones y coexistencias. Además, la cultura es el “anclaje” de la identidad. Un carácter de “pertenecer” a una sociedad, es reconocer las tradiciones como propias. Las costumbres – enmarcada históricamente – permiten mantener vivos los lazos entre una generación y otra. Finalmente la cultura, es la forma común de la humanidad, de la manera que “veo” a los otros. De ésta forma, es un acceso a la interculturalidad.
En el arquetipo de una currícula inclusiva, que sea próvida en los derechos de los individuos - como persona humana - la actual concepción de diversidad educativa y Necesidades Educativas Especiales [NEE], se torna difusa, además de relativa en educación. Ya que, dependerá de: los objetivos (generales y específicos); la misión y visión de la escuela; de la metodología y didáctica implantada y; de los sistemas y pautas de evaluación (diagnóstica, formativa, sumativa, etc.) arraigada en la matriz propia de la escuela y que, es reflejada en la currícula.
Por ello, una currícula inclusiva, que atienda la diversidad, dotará de los medios e instrumentos válidos que, permitan dar respuestas coherentes a las necesidades específicas de cada alumno. Ésta idea, conlleva a tres elementos que, deben perfilarse necesariamente e indefectiblemente para su concreción: 1.- la real implicación institucional, como promotora de cambios, potenciando la participación activa y colectiva; 2.- la adecuación del entorno inmediato que, ofrezca oportunidades de aprendizaje y socialización en un mismo contexto escolar, siempre, como un todo, evitando desfragmentaciones para unos y otros, y; por último – y la más importante – docentes – 3.- que además de convicción y vocación – disponga de las competencias necesarias en didáctica, metodología, evaluación y currícula. Quehacer, por intermedio de una currícula flexible y abierta, “ajustada” a la instrucción a cada educando, con o sin NEE.
Así, la construcción, reconstrucción y deconstrucción de una currícula abierta y flexible, constituirá el eje de la integración escolar. De ésta manera, en la adaptación curricular a cuestiones de integración, ésta – la currícula – no debe ser distinguida como un mero “trámite administrativo”. Debe ser explícita en: el reconocimiento individual, participativo, potenciar la autonomía, la cohesión, etc. respondiendo a la diversidad, sociocultural, psicofísico, y personal de cada alumno. Siendo correlativo éste actuar, a una sociedad democrática, donde cada individuo, es concebido como un sujeto capaz de transformar las políticas sociales de un país.
En el escuadre de una escuela inclusiva, ésta, debe centrar su apoyo y atención, en la optimización del desarrollo educativo del alumno. El tratamiento de nuevos enfoques metodológicos y líneas de acción, favorecerán el desarrollo integral del sujeto y además, le auxiliarán en un efectivo proceso de socialización. Por tanto, una currícula que, atienda la diversidad, proporcionará a todos, igualdad de oportunidades formativas. Con un sistema de aprendizaje que, reconozca y potencie en el alumno. Le faculte para ser su propio promotor de intercambios con el medio, a partir de sus exclusivas formas de pensamiento. Una currícula abierta y flexible, que atienda la diversidad, debe concretizarse desde la multidimensionalidad. Éste factor – el de multidimensionalidad – es trascendental en éste tipo de currícula, porque se respeta el hecho que, el aprendizaje de los niños y jóvenes no es lineal, sino que, está en estrecha relación con su entorno. De ésta forma, la adecuación curricular, debe contener elementos contextuales que, consideren la interacción de cada alumno con su medio.
El adecuar la currícula a cada alumno - atendiendo la pluralidad - no es sinónimo de que, todos posean NEE. Se está hablando de una currícula enfocando y equilibrada, diferenciada y relevante para cada alumno que, reconozca y trabaje con su diversidad. Es decir, una currícula que no solo prime el aspecto academicista formativo, sino que, procure incluir aspectos como la socialización, valores y habilidades sociales. Todo ello, con el propósito de formar miembros activos de la sociedad. En definitiva, se aspira a que cada alumno, se instruya en la medida de “sus” posibilidades y capacidades. Competencias que, incluirían áreas tales como: sociales, académicas y civiles.
Otro aspecto positivo y relevante a considerar, en una currícula y escuela inclusiva, es el hecho que, se da lugar a relaciones socio-valóricas. Al existir una reciprocidad empática, con niños y jóvenes, con NEE, grupos de riesgo, socio-económicas, etc. Se genera empatía, con quienes están en una situación distinta a la “mía”. De ésta manera, potencia valores como la solidaridad entre pares y docentes, incrementando la seguridad y autoaceptación. Por ello, como prerrequisito, es importante el asentimiento de todo el centro educativo, dando paso éste hecho, a una mayor posibilidad de éxito, en las tareas de aprendizaje. De modo contario – el rechazo de pares y del centro educacional – da espacio a inseguridades y desaprobaciones desde y hacia la escuela, como “reflejo” de un sistema social.
De ésta forma, el proceso de socialización en el aula, que incluya niños con NEE y que atienda a la diversidad, proporciona habilidades sociales como: el respeto, la co-ayuda, la empatía, la fraternidad, etc. Significando que, todos quienes conforman el aula, asimilarán que, el participar y aprender – tanto como les sea posible – no es solo un elemento académico, sino que, la educación puede entregar valores deseables para vivir en sociedad. Esto es posible, con una currícula que además de abierta y flexible, sea constructivista y mayormente holística. Con una sistematología que, reconozca al alumno como centro de su aprendizaje, que contemple sus competencias y conocimientos previos. Desde ésta mirada, es posible trabajar reparando en las carencias y déficit. Se trata por ello, de tener en cuenta sus experiencias, intereses y comprensiones, para aplicarlos en “su” formación. De éste modo, en el aprender a aprender, en el aprendizaje significativo, todo elemento esgrimido en la formación, debe tener un significado.
Desde ésta perspectiva, el docente es concebido como un “mediador” en el proceso enseñanza-aprendizaje. Quedando de ésta forma, exenta la visión del profesor, como un mero transmisor y transcriptor de la currícula. Es el alumno, quien participa activamente en “su” desarrollo. Así el aula, adquiere otra dimensión, donde sus intereses y comprensión, proyectan actividades con un fin concreto. Una currícula abierta y flexible, está en concordancia con la teoría constructivista (Piaget, Vigotsky, Ausubel, Bruner) que, se aparta de una enseñanza aislada, proponiendo contextos de aprendizaje cooperacionistas. Ésta perspectiva, es por tanto, contraria a una currícula cerrada y estandarizada, donde trasfondos socioculturales, particularidades de aprendizaje y experiencias particulares, son obviadas.
De éste modo, la idea de trabajo colaborativo (acción estratégica conjunta, para alcanzar un objetivo en común) propuesta en el aprender a aprender. Alberga en sus soportes dos principios: de cohesión social y cooperación. Entendiendo la cohesión social como la disposición de considerar a cada persona, desde su individualidad – independiente a su origen, estrato, edad, geografía, genero, raza, sexo, religión, capacidades, etnia, etc. – como un ser digno y moral. Este “modo de ver” al otro, le garantizaría bienes sociales como: la libertad participativa, la inclusión social, la educación y, la igualdad de oportunidades. Elementos que están expresadas en la cultura y, presentes en el ciudadano. Todo ello, no significa de manera alguna, la supresión de todas las desigualdades, sino más bien, un ideal de sociedad, en que sus instituciones, están erguidas desde el principio de justicia.
La Cohesión social, es un llamado a consolidar la solidaridad y, ceder beneficios – propios y colectivos - en favor de disminuir la exclusión y vulnerabilidad de grupos desposeídos. No es solo un valor ético ciudadano, ni solo implica poseer-traspasar derechos. En una sociedad cohesionada, trae como contrapartida, el respeto a las normas institucionalizadas en un Estado de Derecho. Este compromiso como ciudadano, ha de tener un doble encausamiento, es pasivo cuando le dispensan los derechos, pero es activo, cuando hace uso de esas potestades. Aportando de esta manera a que sus integrantes ratifican estos preceptos y, actúen en consecuencia con ellos, “integrando” y “perteneciendo” a ese grupo humano.
De ésta forma, la cohesión social, se “traduce” en mecanismos propios de una sociedad civil. Dispositivos fortalecedores de: relaciones solidarias y de responsabilidades sociales. Solidaridad-responsabilidad en: el reconocer las diferencias por capacidades; la difusión al respeto intercultural; la mejorar los niveles de convivencia; la optimización en la comunicación entre los involucrados; el fomento en la participación de instancias deliberativas y; la filiación progresiva a grupos sociales. Aunque todo ello, genera una paradoja: se necesita mayor cohesión social para, prosperar en pactos derivados de una cohesión social. Es decir, ante una determinada necesidad social, imperiosamente se debe ampliar el espectro de la sociedad, que respalde un proyecto social que resuelva – parcial o completamente - dicho apremio. Traduciéndose esto, en un mayor compromiso ciudadano y, del Estado, todo ello fortaleciendo una atmosfera de cohesión social.
Así pues, una formación académica que, potencie la cohesión social, debe predisponer a todos sus integrantes, a reducir la exclusión y vulnerabilidad de grupos desprotegidos, todo ello ¡Aún, cediendo o postergando sus propios beneficios!. Este pensar, obedece y está proyectado como un valor práctico. Es decir, en la medida que, más integrantes se adhieran a la sociedad, no solo se beneficia quien se congrega, sino que, se genera un refuerzo mutuo en la concreción de objetivos y derechos comunes sociales. Esta dialéctica positiva, refuerza la confluencia y el respeto a las institucionalidades democráticas, acrecentando el interés de participar en temas públicos de interés general, favoreciendo la avenencia conciudadana.
Por ello, al hablar de cohesión social en la educación, las representaciones sociales, traspasadas deliberadamente en la enseñanza, no han de ser estáticas en el tiempo. Deben están sujetas a una continua y compleja lógica de construcción y reconstrucción. Las escuelas nacen cuando tradiciones sociales son tan complejas que una parte considerable del caudal social se confía en la escritura y se transmite mediante símbolos escritos. (Dewey, 1967, págs. 28-29). Esta prolongación en el tiempo, permiten distinguir acontecimientos del pasado como “parte de los que somos”. Reflexiones históricas que, precisan de un reconocimiento social, una suerte de “memoria” colectiva que, legitime las representaciones simbólicas socialmente construidas. Este proceso de creación social consciente – que evoca acontecimientos vividos - y que, sus consecuencias “cohabitan” en el presente es multinivel. Es decir individual (yo) y colectivo (nosotros), consanguínea (familiar) y social, además ser la base del “pacto” de alianza social imperante.
Hasta este punto, queda claro la trascendencia y consecuencia que tiene la educación en la vida de una persona. La implicancia en la vida social-afectiva-ciudadana, siempre, estará enmarcada desde su educación. Ésta “marca” está desde sus primeros días, por ello, que una sociedad que no responda a las necesidades educativas, es una sociedad disgregada y egoísta. Del mismo modo, se fundamenta la realidad que, en la “vida” escolar de una persona, no solo está sujeta a elementos psico-cognitivos. Sino que, están presentes factores de: edad, familia, contexto, económicos, crecimiento, sociales, etc. Estos componentes, además de “imprimir” en el alumno, una indeleble huella biográfica, determinan un actuar situacional.
Desde éste paradigma, con una educación humanizante e inclusiva. Podrá ser un aporte en un delimitado momento o etapa académica, un alumno. Un niño que hasta hoy ha tenido un comportamiento “constante” en el tiempo, mañana, puedes ser “otro”. La educación debe entender que, toda persona en formación es propenso a ello porque – como factor preponderante - su “estructura” personal-psicológica, que le permitiría sobrellevar cambios bruscos en su entorno. Puede no ser suficientemente sólido, para “vivenciarlo” de una manera socialmente apropiada. Trayendo consigo: retraimiento, abandono, agresividad, desánimo, etc.
Por tanto – evitando así - una patologización del alumno, en los cambios propios, de un sujeto que está en el “encuentro” consigo mismo. Una adaptación curricular oportuna, junto – y trascendentalmente – a un pertinente actuar docente, es tratar de responder a las necesidades no solo como estudiante, sino que, es autentificar y proteger “su” humanidad. Así pues, se garantiza no solo la constitución y bagaje como persona-ciudadana y sus componentes académicos. Sino que, se vehiculiza su consolidación como persona-humana. En un ambiente de equilibrio entre, los principios académicos y la comprensividad propia de la humanidad. Hechos que, marcarán la diferencia entre, un ser humano empático, responsable y solidario con las dificultades de sus congéneres, de otro que, desconozca el valor de aliviar ayudando.
De ésta forma, las conciliaciones curriculares, consiguen responder a un enfoque holístico-constructivista. Esto, siempre y cuando, sean empleadas como una herramienta en la toma de decisiones que mejor atiendan la individualidad y, estilos de aprendizajes. Así, el proceso enseñanza-aprendizaje será participativo y colectivo, incluyendo a toda la comunidad estudiantil. De ésta manera, no habrá lugar a segregaciones en el diseño y readecuación de unidades curriculares, didácticas y tópicos educativos. El feedback circunscrito en el rectificar-réplica-evaluación debe ser permanente. Ésta “simbiosis” comunicativa en el intercambio de información, mantiene un rol preponderante en la educación abierta, comprometida con sus integrantes.
En ella – en el ejercicio comunicativo de feedback – está implícito el quehacer del educador en el educando. Estableciendo el contexto, donde se produce la enseñanza. Éstos actos educativos planificados, “aminoran” el riesgo de acciones al azar o, influjos negativos. De éste modo, toda planificación y reorganización curricular, debe estar cuidadosamente proyectada desde una estrategia didáctica. Que abarque, a todo el espectro educativo, de una forma significativa, inclusiva y funcional. Una educación basada en la pluralidad, permitirá adquirir – en el educando – las competencias que, le permitan comprender los elementos culturales de su contexto. Aparato social que, luego utilizará para modificar su entorno socio-cultural. De ésta manera, la educación – como acervo social – encamina a toda persona a la adaptación e incorporación del individuo a un medio psico-físico y socio-cultural en un determinado momento histórico.
Éste acuerdo de convivencia, que en una educación democrática es perentoria, debe transmitir valores de: igualdad, inclusión y respeto. En ésta entrega de valores, una de las formas de establecerla – de un modo vivencial – es: en la flexibilidad curricular. Maleabilidad que se debe concretar – a modo de ejemplo - en, la inclusión de programas bilingües o lenguas vernáculas, especialmente en regiones que el español no es la única habla. Es decir, cristalizar y consolidar una enseñanza coherente con el entorno.
Contexto, que la escuela debe atender, en función de las realidades territoriales, reconociendo de este modo, las diversidades socio-culturales. Opciones de cultura que serán preservadas y respetadas, ya que, pertenecer a determinada cultura u origen social, no es por sí misma, una oficiosidad de libertad cultural.
En esta relación entre una educación congruente con el contexto y, la cohesión social, la población debe percibir que el sistema educacional, es una institución igualadora de oportunidades. Entidad promotora de un orden meritocrático, que entrega las competencias necesarias, para el ejercicio ciudadano y productivo, en igualdad de condiciones. Por ello se deben optimizar las condiciones de acceso al sistema educativo, especialmente a los sectores más desposeídos. Involucrando en esta tarea a, los padres y la comunidad en general.
Desde este punto de vista, la cohesión social, sería entonces como el grado de “consenso” entre diversos miembros de un colectivo. Junto a este advenimiento social, están presentes la percepción y sentido de pertenencia. Estos sentidos de vinculación y dependencia, son respecto a un proyecto o, situación en común. Es decir, al ser un acercamiento comunitario férreo, puede hacer frente a fuerzas externas e internas. Potencias arrolladoras que, fragmentan lazos o, asolan sociedades. Produciendo entonces, hendiduras que, acrecienta las distancias entre, los distintos estratos de la sociedad. Alejamientos que potencian, en forma negativa la multiculturización, la democracia, la inclusión, la participación y la identidad ciudadana.
Una educación que desarrolle y fortalezca la cohesión social desde el aula, es advertida, como la única forma de revertir un pernicioso contexto social. De esta manera, la educación integral – formal, no formal e informal - debiese entregar las herramientas críticas y reflexivas, que todo ciudadano, utilizará en la valoración a todos los elementos o, dispositivos que están presentes en la sociedad.
El sentido de pertenencia social, es originado desde múltiples instancias. Principios que están presentes en: los valores y normas de convivencia, tolerancia, participación, deliberación, respeto por la diversidad, urbanidad en espacios comunes, representación política, bienestar y protección social, entre otros. La apropiación simbólica de estos derechos y espacios sociales, encarna una efectiva pertenencia. Supone, así mismo, una paralización o merma en: las desigualdades socio-económicas; reconocimiento a todos los miembros de la sociedad sin distinciones; libertad individual y ciudadana fundamentada en las múltiples identidades sociales. Por ello, una educación con pretensiones totalizadoras, adoctrinantes que, niegue la pluralidad de identidades y derechos, solo podrá ser sustento de una sociedad violenta.
El otro aspecto que, ampara la representación de trabajo colaborativo, presente en el aprender a aprender, en el aprendizaje significativo, es la cooperación. Éste atributo – de cooperación - está muy relacionada con la evaluación educativa. La “rotulación” que - expresada cualitativa o cuantitativamente - actualmente posee el sistema educativo: aprobados y desaprobados. Es un modo de calificar – en extremo rígido – que no permite el abarcar, la amplitud de todas las oportunidades que brinda el acto educativo. Es decir, al haber una evaluación inflexible, que contemple solo una actividad restringida a evaluar, es desconocer múltiple factores, como: los grados de aptitudes, actitudes, disposiciones, destrezas, contextuales, habilidades y conocimientos relacionales – previos y adquiridos - del alumno, entre otros.
Por ello, se debe tener en claro que, una evaluación académica – además de ser siempre un instrumento en la toma de decisión – es una actividad o proceso sistemático permanente en la identificación y tratamiento de los datos acopiados en el hecho educativo. Al no existir una toma de decisión, se está en presencia ante otra actividad, pero no, una evaluación académica. Ese análisis de antecedentes – recolectados en forma periódica y metódica – permitirá al docente, tomar medidas en el grupo e individual.
En definitiva, una evaluación basada en el principio cooperacionistas o integrador, que identifique holísticamente, la multiplicidad de competencias presentes en el aula, será una herramienta de contraste entre, la realidad educativa de un determinado momento y, los patrones de deseabilidad previamente establecidos. Pudiendo de ésta forma, orientar o reorientar acciones de mejora. Por ello, es importante advertir que, al tener consciencia de la necesidad de alcanzar mayores cotas de calidad educativa, se deben utilizar esfuerzos, tiempos y recursos en pro de éste objetivo. De ésta forma, el ¿qué?, ¿cuándo? y ¿por qué? enseñar, debe ser correlativo a ¿qué?, ¿cuándo?, ¿qué cosa? y ¿cómo? evaluar. Así entonces, la evaluación no solo – en forma consciente o inconsciente – será el más importante “canalizador” y “motor” de la educación, sino que, se extenderá al resto de las actividades, en la cotidianeidad del eje educativo.
Evaluación…
De éste modo, una evaluación holística correlativa a una currícula inclusiva, hacen referencia a, el intento de integrar las peculiaridades de cada alumno en el aula. Reconociendo no solo la heterogeneidad y diversidad, sino, como un medio de respuesta a individualidades que hoy, no son distinguidas ni respetadas. Así, una currícula abierta y flexible, que se adapte a la realidad del aula, debe ser entendida y forjada como un continuum. Proceder reiterado en la rectificación de: tiempos; eliminación o incorporación de objetivos; readecuaciones evaluativas, etc. Éste continuum no solo beneficia y es apropiado a los alumnos con NEE, sino que, debe abarcar a toda la diversidad.
Si bien, el hablar de un continuun en la educación, es un término-idea que originalmente fue acuñado en 1996 por la UNESCO. Que solicitó un informe, que proporcionara recomendaciones educativas para el siglo XXI. La educación encierra un tesoro, fue el resultado. El trabajo, fue presidido por el político francés Jacques Delors (1925-). En esa exposición se explicita que, la educación es a lo largo de toda la vida. Éste modo de ver el educar, pretendía “borrar” la idea tradicional de la educación fragmentada y netamente escolarizada. De éste modo, la persona se convierte en un “aprendiz” permanente, en un constante educere y educare. Así pues, el modificar la imagen en sociedades, que ven a la educación, como “un espacio de tiempo determinado y estructurado”, con sistemas educativos “desconectados” entre sí. Sin un “hilo” conductor coherente y contextualizado que, articule un ¿Para qué?, ¿Cuándo? y un
¿Cómo? Es avanzar en un horizonte educacional que no tiene fin.
Delors en su informe, denominó como el pasaporte para toda la vida, la educación primaria, ya que, con ésta formación puede atravesar fronteras. La educación secundaria la llamó el eje de toda una vida, porque selecciona el rumbo a seguir en la vida. Como el espacio abierto a seguir aprendiendo, así designo la educación terciaria, porque acrecienta las potencialidades de una persona, una extensión del saber, sin límites. Es esa formación continua de todos los saberes, es lo que debiese estar presente en una perspectiva país. El continuum, debe incuestionablemente estar presente en una persona.
Para ello, el Estado debe viabilizar ese continuum, estableciendo directrices interdependientes y concadenados entre sus componentes. Es decir, el continuum educativo de un país, debe contener una visión dinámica y holística de la educación, que esté en concordancia a una concepción de la persona-ciudadana como ser dinámico y holístico. Por consiguiente, un sistema educativo no solo debe estar abierto. Requiere que, reconozca las diversidades que conforman la dinámica y holística de individuos que, hacen heterogéneo un país. De otro modo, se está coartando el pasaporte, el eje y, el espacio de toda persona que el sistema educativo excluya.
De ésta forma, entender y “vivir” en continuum como persona, implica asimilar que no solo un derecho, sino, un distintivo como persona.
Así pues, y al hacer un momento de inflexión necesaria, al cuestionarse respecto a ¿qué es la educación?, ¿todo ser humano es educable?, y, ¿qué pasa?, con “ese” ser humano, que es excluido del sistema educativo. Se obtendrían múltiples respuestas. Desde alternativas en “paralelo” a la educación formal, hasta, quienes asegurarán que, la “configuración” del sujeto, como persona, se hallaría incompleta. Todas las réplicas argumentativas, estarían – en mayor o menor grado – sustentadas en bases científicas o técnicas... Ésta ausencia unísona de refutaciones en lo pertinente a educación, desnuda un realidad que, se vive día a día no solo en la escuela, sino que, son verdades que padecen familias al ver cómo, un sistema social - el educativo - excluye a uno de sus miembros sin posibilidad a reintegración.
Como constituyente esencial de la vida en sociedad, la coexistencia o convivencia es uno de los aspectos más importantes en las relaciones humanas. Siendo, la convivencia inclusiva un capital social que - además de estar presente en la finalidad de la escuela – representa uno de los elementos cardinales en las competencias sociales, para convivir en sociedad. Dentro de las manifestaciones propias de “existir” en comunidad, están las desavenencias. Desacuerdos que – de no abordar esas diferencias de manera apropiada – son generadores de conflictos interpersonales. Éste hecho, es un refractar de la sociedad, en donde – buena parte – de los conflictos se resuelven en forma violenta y, la escuela no escapa a ésta realidad. Estos fenómenos de conflictividad educacional, se manifiestan en el colegio por medio del: acoso, denigración, persecución, desmérito, ignorarle, discriminación, entre otras.
Por ello, hoy la escuela, entra en conflicto – permanente u ocasionalmente – al incluir en sus colectivos alumnos y docentes que, antes no conformaban sus filas. Inmigrantes, alumnos con NEE, diversificación socio-cultural, religiosa, sexual, etc. Además, de la movilidad corriente, de estudiantes de otras escuelas o provincias. Toda ésta inclusión, presupone nuevos retos en la estrategia docente e institucional. Entre ellas, el desarrollo de competencias básicas de socialización. Cabe mencionar que, en éste aspecto, la educación “manifiesta” en su fin, formar en valores para un mundo cada vez más complejo. Se debe tener en claro entonces, las expectativas y confianzas depositadas en la escuela y sus componentes… La “desmitificación” del quehacer educativo e institucional, como un hecho “libre” de discriminación, es un paso duro pero real. Es una realidad que, irremisiblemente conlleva a la violencia en la escuela. Al aceptar ésta situación - sin alarmas ni simplificaciones – se admite una condición que, ensombrece la imagen de escuela y que, merece ser atendido sin minimizar su gravedad.
Esta antítesis entre el fin educativo y, el vivir discriminatorio presente - en mayor o menor grado – en la escuela, está basado en una serie de fundamentos metodológicos, técnicos, reglamentarios y sistémicos. Instrumentos aplicados “oficiosamente”, por separado y, en las relaciones alumno, docente, familia. Éste actuar, incide en el nivel de convivencia, satisfacción, pertenencia y criterios aplicados en los centros educativos. Es decir, ésta intimidación o maltrato producto de la no inclusión, además de – posiblemente generar - una respuesta violenta, por sobre todo, menoscaba la dignidad de la persona. El punto de partida, en el análisis de conductas violentas, debiesen ser la convivencia, la cohesión social, la gestión democrática y la educación en valores.
De este modo, la convivencia social inclusiva, no es ajena a la escuela. Los centros educativos, mayormente hoy, solo apuntan a menguar situaciones de disrupción o violencia directa. Utilizando para ello, métodos disciplinarios más rigurosos. Esto se debe principalmente en el desconocimiento o, falta de voluntad en la búsqueda de un replanteo metodológico para educar desde la inclusión. En el encuentro a una escuela inclusiva, y con menores índices de violencia, es necesaria la protocolización de estructuras funcionales. Cuando se habla de estructuras funcionales educativas, no solo alude a un manual de convivencia o reglamento interno que, ejerzan control en ausentismos, disrupciones, expulsiones, etc. Sino que en: aulas temporarias de ingreso, apoyo a NEE, atención lingüística, reuniones con padres y apoderados, mesas de resolución de conflictos, planes de inducción para alumnos y docentes, etc. Todo ello, con una atención individual y grupal, directa.
La violencia discriminatoria constriñe la convivencia, desequilibrando las normas y metas propuestas en el fin de la educación. La escuela, como segundo núcleo de socialización, debe reforzar las normas transmitidas en el primer núcleo (la familia). En caso de una notoria ausencia de reglas que, debiesen provenir de su contexto directo. La escuela, debe – desde el colectivo – formular cánones sociales para su internalización. Para ello, es necesario que, sean “sabidas” y “admitidas” por toda la comunidad educacional sin excepciones. Ésta inclusión en la estipulación de pautas y criterios - además de incluir a todos sus miembros - debe materializarse desde su gestión inicial. Es decir, desde la elaboración, aplicación, seguimiento, revisión, evaluación y modificación. Democratizando así el ejercicio, conviniendo y haciendo identificable el respeto, el reconocimiento, la negociación, la capacidad crítica y el consenso, en la comunidad escolar.
Otro elemento que disminuye la violencia por exclusión, es la educación en valores. Éste tipo de educación, debe impregnar todo el quehacer educativo, formando personas más justas y dignas. Elementos como: respeto por la diferencia, la justicia, la solidaridad, la responsabilidad, etc., son necesarios en una vida en sociedad. Y por consiguiente, deben estar en la educación, no de una forma aislada, sino, en un proceder globalizado, inclusivo, consciente y sistematizado. Al respecto, la problemática – fundamentalmente - está en la percepción que tiene el profesorado y dirección. Ellos, consideran que, es función de la familia esta tarea y no, de la institución educativa. Al primar ésta idea, se desatiende una realidad social, ya sea individual o colectiva, originando una incoherencia entre, el proceder del sistema educativo y su fin.
Ésta incoherencia, afecta directamente las habilidades socioemocionales de quienes integran la escuela. Principalmente en alumnos que, al ser excluidos, violentados u observar un entorno sin valores, repercuten en su desarrollo personal, académico y laboral, preponderándolos a conductas antisociales. Ejercicios operacionales como empatizar, negociar, cooperar, confiar, afectos, socorrer, entregar, etc. son habilidades y destrezas que, de no “traerlas” del hogar, pueden ser adquiridas en diversas estrategias educacionales. De éste modo, al concebir los conflictos, como consecuencia natural de la diversidad, se estará haciendo frente a un elemento más de la convivencia inclusiva: la resolución de conflictos. Se debe señalar que, la resolución de conflictos, no solo es aplicable entre alumnos, sino que, debe infiltrarse en todo los estamentos y quienes conforman la escuela, esto incluye la familia.
La actual cultura escolar, no educa desde el conflicto. Sino que, la escuela realiza – no siempre - una intervención puntual cuando la situación lo requiere, involucrando solo a quienes están afectados. Un eficiente sistema de resolución de conflictos, no solo abarca a quienes están conflictuados, sino que, comprende a todo su entorno directo. De ésta manera, todos participan en la búsqueda de un consenso. Éste pensar, es sustentado en la idea de que, toda la comunidad se involucra en un conflicto, directa o indirectamente. Es decir, al ser testigo de actos conflictivos, también “soy” partícipe; si “guardo” silencio “soy” cómplice, si “me involucro soy” copartícipe.
De este modo, el no reconocer que, la educación como parte activa y reflejo fundamental de la sociedad, ha vivido y vive en la actualidad, la violencia en todos sus matices y formas. Inmoderación que, pareciera estar arraigada en la humanidad. Es contradecir la idea que, las dificultades en la convivencia están relacionados con valores sociales. Así, la escuela y la acción pedagógica juegan un rol fundamental, mas, no son los únicos ni los primordiales. La familia y la sociedad, también presentan una influencia considerable. Es la primera – el hogar – quien debe estar acompañando las relaciones significativas, en el desarrollo de la cultura de la inclusión y, de la convivencia en valores De tal forma que, la educación inclusiva, sea concebida como un potenciador de la cualidad individual y colectiva, en la cual, la inclusión y sus conflictos se desarrollen de manera constructiva.
Así pues, también se urgente reconocer que, el violentar presente en la escuela, derivado de la exclusión o discriminación, es multidireccional. Variedad de trazados que, involucra: educador, educando, familia, sociedad, dirección, entre otros. Todos ellos – en múltiples formas y direcciones – transgreden los derechos del “otro”, desconociéndolos u obviándolos. Es decir, todos estos componentes (educador, educando, familia, sociedad y dirección), al denegar los derechos de unos sobre otros, simultáneamente de excluir y discriminar, desdeñan así – en el solo actuar – la articulación de una convivencia social sin violencia. Por ello, un componente de la violenta destemplanza social, está en la carencia o pobreza de la integración social. Ésta – la integración social - posee múltiples grafías que, abarcan componentes socio-económicos, culturales, religiosos, cognitivos y biológicos entre otros. Todas ellas – en conjunto o por separado - afectan directamente la convivencia escolar, elemento “pilar” de la inclusión.
De éste modo, insalvablemente el educador y la escuela en su conjunto, debiesen apelar a “sus” competencias y mecanismos para así abordar íntegramente, la multiplicidad de aspectos que, conforman la educación inclusiva. Desterrando sesgos transversales de exclusión o discriminación. Así, en el amplio espectro de realidades, vivencias, anhelos, frustraciones, etc., presentes en el aula, se debe – procurar al menos – perfilar, la mayor parte de los elementos característicos y sobresalientes que la componen. De ésta forma, intentar menguar los constituyentes que, limitan el proceso de integración de la diversidad en la escuela. Que de otro modo, solo engendrará violencia en todas sus formas, socavando la coexistencia inclusiva.