Título
Descripción
Autor
Editor
Fecha
Idioma
Al futuro de la educación hay que mirarlo desde afuera (de la escuela)
Dolores Bulit Tyrrell
Argentina, periodista y editora del sitio www.alteredu.com.ar. Ha fundado junto a otras familias un espacio de aprendizaje en libertad en el Gran Buenos Aires, Tierra Fértil, que lleva 8 años de existencia. Desde 2010 se forma de manera autodidacta en Educación, organizando charlas abiertas a la comunidad sobre las alternativas en Educación e Infancia, visitando proyectos y escuelas, leyendo, asistiendo a conferencias y encuentros y trabajando en red con múltiples espacios educativos autogestivos de Argentina y Latinoamérica. Con visible preferencia hacia las miradas que respetan los derechos y las necesidades auténticas de la infancia y la juventud, su visión para el mediano plazo es lograr la libertad educativa reglamentada.
Hola. Soy periodista y fundé un espacio de aprendizaje no convencional al estilo de las escuelas democráticas para mi hijo y junto con otras familias. Llevo 10 años investigando y observando los procesos de aprendizaje no escolares, tanto fuera de la escuela en comunidades de home y unschoolers, como en las escuelas o espacios de educación no formal llamados "alternativos". En Argentina, Latinoamérica y el mundo.
Particularmente les escribo porque, si bien la cantidad y diversidad de estas experiencias crece, son ampliamente ignoradas en los espacios acedémicos y políticos. Sin embargo, han logrado llevar a la práctica ideas y formatos que esos dos sectores buscan y anhelan, al menos en el discurso. Mirar estas experiencias es gratis y se pueden aplicar ya. Hoy.
Me pregunto cuál es la posibilidad de escribir un artículo sobre esto para su revista, para intentar iniciar un diálogo con la comunidad académica.
AlterEdu.com.ar
Otra educación es posible. Otro periodismo es urgente.
Lo de “futuro” es un truco periodístico: una frase trillada que me sirve para entrar en sintonía con lo que esperamos leer en estos tiempos de incertidumbre. Pero que no es estrictamente cierto, porque la educación del futuro ya se inventó en el pasado, hace más de un siglo. Es la que pusieron en práctica distintos educadores y personas sin título ad hoc en las usualmente llamadas “pedagogías alternativas”. Una bolsa donde entran muchas cosas según la época y la cultura, pero que tienen algo en común: poner el foco en el aprendizaje más que en la enseñanza, en lo que ocurre más que en lo que deseamos que ocurra, en las necesidades auténticas de los niños más que en la urgencia adulta de sistematizar. Incluso el homeschooling (que no se parece casi nada a esta escuela no presencial de emergencia) o los más contra hegemónicos unschooling y worldschooling, son excelentes puntos de partida para entender por qué reformular la educación escolar es perfectamente posible.
Esas formas de entender la enseñanza y el aprendizaje, en un arco temporal que va desde la escuela nueva y la moderna, pasando por Montessori, Pestalozzi, Steiner, Alexander Neill, Tolstoi, Malaguzzi y, más acá, las hermanas Cossettini, el maestro Iglesias, Dorothy Ling y Nelly Pearson del Speroni, hace rato que sostienen hipótesis similares. Que la curiosidad y el aprendizaje están en nuestros genes, y que la necesidad y la motivación intrínseca son los motores con más caballos de fuerza. También comparten una verdad de Perogrullo que la escuela ha decidido negar desde su masificación en la era industrial, bajo la falsa premisa de la igualdad: la diversidad. Por eso, entienden que no todos vamos a aprender lo mismo, ni en el mismo momento, ni con el mismo interés. Educar, para estas experiencias, es ayudar a desarrollar un ser único en el mundo, en convivencia con otros y con la compañía de adultos competentes y que desean estar ahí. Con un curriculum que, más que contenidista, obedece a las leyes de cada etapa de desarrollo y las particularidades del contexto local.
En este punto podrán objetar mi falta de formación académica en Educación. ¡No se vayan! Es lo único valioso que puedo aportar desde mi desparpajo de outsider (porque experiencia como alumna sí tengo, como casi todos). Cuando mi hijo tenía tres años e iba al jardín estatal del barrio, en Béccar, decidí salir de la caverna de Platón. Y de ver sombras proyectadas en la pared pasé a ver la vida misma. Salir de la caja, le dicen ahora. Al año siguiente ya no fue al jardín y pasó sus 4 entre nuestra casa y la socialización fabulosa que nos regalan las plazas. Me dediqué a observarlo y acompañarlo con la menor cantidad de prejuicios que me fue posible. Me lancé febrilmente a investigar, gracias a Internet y a algunas escuelas alternativas que hay cerca en mi zona. Ya no volví a ser la misma.
Organicé charlas públicas donde invitaba a distintos referentes, conversé con cada docente con el que me topaba para que me explicara por qué no aprendían (y luego aplicaban) ese otro enfoque en sus carreras. Tuve la suerte de hacerle un asado a Francesco Tonucci y su mujer. Y de tener a Sugata Mitra fumando como escuerzo en el jardín de casa, mientras nos ayudaba a improvisar un SOLE (Self Organized Learning Enviroment) en el quincho. Es que ahí, al fondo, estaba naciendo Tierra Fértil, un proyecto autogestivo de aprendizaje en libertad que habíamos creado para nuestros hijos e hijas mayores de 6.
Durante seis años fui testigo de cómo mi hijo y sus compañeros aprendían a leer sin ser enseñados de la forma clásica, leyendo lo que elegían en el momento en que querían, y a escribir cuando lo necesitaban. Lo mismo pasaba en otros espacios y escuelas similares de Argentina y el mundo. Cuando los adultos nos tomábamos en serio la vida de los niños y niñas, la magia sucedía. Se podía aprender disfrutando, sin grados ni exámenes, siguiendo los intereses típicos de cada edad, respetando la necesidad de movimiento, de expresión y juego libre, del contacto verdadero con pares. Sin dividir el tiempo en clase y en recreo. Aprendiendo de grandes pero también entre ellos, con otros adultos y visitantes que compartían sus pasiones. Saliendo al barrio y a donde se pudiera más seguido. Decidiendo y resolviendo conflictos en asambleas cada vez que hiciera falta. Muchos no alcanzaban a entender el truco, pero para mí saltaba a la vista: todo lo que hacíamos era “de verdad”. Fuera de la lógica del “como sí” que impera en la escuela convencional. O, como describe Sugata el curriculum escolar, del estudio de todo y mucho, por las dudas. “Just in case”.
Hubo otro descubrimiento que me voló la cabeza. Casi todas esas pedagogías que hasta hoy se siguen nombrando con cierto paternalismo y condescendencia como alternativas, se habían gestado en situaciones desfavorables, o pensadas para niños y niñas considerados vulnerables, faltos de estímulo y hasta discapacitados. La psicomotricidad en un orfanato húngaro para bebés, Montessori entre los chicos de clases bajas de los barrios de Roma, en una colonia de adolescentes con problemas con la ley en la Inglaterra de Summerhill, entre los escombros de la posguerra italiana con Loris Malaguzzi. Incluso, Paulo Freire y su desarrollo la educación popular.
Aunque provengo de las ciencias sociales, que se me dan mejor, me dediqué también a seguir de cerca lo que hasta hoy se sabe de neurobiología y aprendizaje. Una herramienta altamente subestimada en los profesorados y públicamente denostada entre los educadores considerados más intelectuales y “progresistas” del país. En este punto, tenía un paquete amplio de teoría y una pequeña pero intensa práctica. Más la prueba irrefutable de que esas escuelas diferentes siguen existiendo desde hace décadas y en las culturas más disímiles del globo. Con “egresados” que no han tenido dificultades específicas o extra (en relación a los egresados de la escolaridad tradicional) para encaminar sus vidas como adultos, en la Universidad o fuera de ella.
Hoy, con un hijo ya de 13 y “adaptado” sin problemas a una secundaria convencional, por su propia elección, la cuestión que me ocupa es comunicar y compartir lo que aprendí a través de un enfoque periodístico en mi sitio web, nacido para alterar nuestras arraigadas creencias educativas. Me interesa mostrar lo que suele ser invisible, y en especial ir descubriendo las tramas que están detrás de la inercia al cambio en un sistema que sufrimos todos: docentes sobrepasados por la burocracia, la falta de incentivo o formación, funcionarios alejados de la realidad, familias desbordadas por escuelas que mandan tareas, que exigen o que descuidan. Y, lo que es peor, chicos y chicas que equiparan aprendizaje y conocimiento con los altibajos de la cultura escolar, porque ni ellos ni sus padres han conocido otra opción.
¿Podrá la educación centrada en el niño dejar de ser una bolilla anecdótica del curriculum docente? ¿Un caso de censura política como la de los años 40-50 en Argentina? ¿Una procesión interminable de educadores pacientes esperando que los órganos de control del Estado no les pongan una faja de clausura? ¿Unas pedagogías de pantalones cortos, tomadas en broma por la academia y las políticas públicas? ¿Una opción impracticable para las familias que desean otra opción para sus hijos?
Ya imagino todas sus preguntas y cuestionamientos. Pueden hallar ustedes mismos algunas puntas de iceberg en las notas que escribo, a través de sus protagonistas. No es mi intención caer en el mismo pecado que la industria educativa formal, la del discurso único. Yo no creo que todas las escuelas deban ser como tal o cual. Pienso que, como derecho, la educación jamás debería haberse convertido en una obligación. Y que, tal como predican las nuevas legislaciones acerca de la infancia, niños y niñas deberían tener cada vez más voz en sus propios procesos de aprendizaje.