El psicoterapeuta tonto 

Título

El psicoterapeuta tonto 

Descripción

Ensayo

Autor

José Gabriel Martinez

Editor

Mariana Schenone

Fecha

Diciembre 2018

Idioma

Español
El psicoterapeuta tonto  

José Gabriel Martinez
Licenciado en Psicología (Universidad Nacional de Córdoba)
Especialista en Psicoterapia (Universidad de Maimónides)
Maestrando en Psicología Clínica (Universidad Nacional de San
Luís)

Palabras clave: efecto pigmalion, apoyo psicopedagógico, trastorno del desarrollo del lenguaje, relación con pares


A.es un nene de nueve años, de contextura escueta y ojos oscuros y grandes, le gustan los animales y jugar a AngryBird. Tiene diagnóstico de Trastorno del desarrollo del habla y del lenguaje, y Trastornos específicos del desarrollo del aprendizaje escolar.
Como toda relación se ve inevitablemente enmarcada en un contexto histórico-familiar, económico, vital y situacional, la nuestra con A. comenzó con interacciones esporádicas en la sala de espera del lugar al que asiste a apoyo psicopedagógico y terapia fonoaudiológica. Por sugerencia médica se le solicita apoyo psicológico para trabajar algunas dificultades en su conducta, la cual oscilaba entre la timidez y las dificultades para relacionarse con sus pares y adultos.
Terapeuta: - Hola A. ¿Cómo estás?
A.: - Hola Tonto…
Así iniciamos la primera sesión.
Es bien documentado en la bibliografía de la ciencia psicológica la importancia de la primera sesión para gestar la Alianza Terapéutica, entendida como “el elemento relacional de carácter activo propio de todas aquellas relaciones que pretenden inducir un cambio” (Bordin, citado en Andrade Gonzales, 2005).
¿Y ahora?
Por la casuística puedo aseverar que interesarse sinceramente por el mundo del paciente, mostrando real curiosidad por sus gustos y preferencias, potencia las futuras intervenciones dado que permite personalizar las metáforas, metas y herramientas terapéuticas a utilizar. Así que no me zambullí, sino que con pequeñas preguntas zigzagueaba entre las contestaciones monosilábicas y el silencio.
Comencé a explorar ese continente de A. de a poco con la cautela y el respeto de todo explorador en terreno desconocido.
En el pasillo al cruzarnos en sus momentos de otras terapias, A. realizaba gestos de puño cerrado insinuando un golpe, verbalizaba:“qué tonto que sos” “seguro no te sale” “por qué sos tan estúpido”. Estas conductas si se las toma a la ligera y se las personaliza pueden llegar a influir negativamente el trabajo en sesión. Toda conducta se aprende y responde a un estímulo, entender esto es posicionarse en la filosofía de que no hay malicia en ese accionar sino por el contrario, un aprendizaje. Por lógica si hay un comportamiento que se aprende, si las variables están coordinadas y las contingencias bien descriptas, se puede realizar un aprendizaje de la conducta opuesta.
Ante las conductas de A. que pretendían respuestas de enojo o irritabilidad, se respondía  con contra-conductas similares a “Buenas tardes genio” “Ahí viene mi amigo” “Sí, hay cosas que no me salen bien, por eso si querés me podés enseñar a hacerlas”, desactivando de esta manera el efecto que pretendía.
Además se utilizaba la interacción con otras personas en las que A. podía observar y se utilizaba el mismo manejo comportamental; dando lugar a halagos y expresiones amigables: “Hola muchacho, ¡qué buena remera!” “Buenas tardes, qué bueno poder verte” “¡Québuen saludo!¡podría ser nuestro saludo de compañeros!” con lo cual A. presenciaba las reacciones amables y simpáticas del entorno que conllevaban este tipo de actuar.
Desde el colegio, la seño hacia manifiesto su descontento con el aprendizaje y la conducta de A. por lo que se había optado por cambiarlo de turno. Es bien conocido el efecto Pigmalión: cuando los docentes o padres de familia depositan creencias sobre un individuo y éste mismo individuo asimile dicha creencia acerca del futuro de su trayectoria, ya sean estas de carácter positivo o negativo.
Cada situación en la que A. realizaba comentarios auto-derrotistas o invalidantes hacia  sí mismo se intervenía mostrando confianza en sus capacidades y resaltando el nivel de perseverancia que mostraba. Se le explicó el trabajo terapéutico como un espacio en el cual practicar y “hacer ejercicio mental” así como los jugadores de fútbol, básquet o vóley que tienen sus prácticas para mejorar en lo que hacen. Desde entonces trabajamos semanalmente en él: su atención, la expresión de emociones, las cosas que pasan en casa y en la escuela, lo que le gustaría hacer de grande, la actividad de ocio y sus gustos por algunos juegos, etc.
Ya tenía un mapa de A. y el terreno no era tan hostil como podría pensarse, sino por el contrario se mostraba como un chico introvertido y afectivo.
Por eso es importante remarcar que la flexibilidad en el accionar es terapéutica si se actúa pensando en el bienestar y la idiosincrasia del paciente.
El contexto de A. no era muy asertivo y muchas veces los mensajes que le transmitían eran de dudas sobre sus capacidades. Se intervino con entrevistas familiares para poder ayudarlo, desde la información a la familia, explicándole sobre la importancia que sus palabras y expectativas producían en el niño. La labor desde la terapia con niños la mayoría de las veces va apuntando a cambios en la familia para producir cambios indirectamente en el niño, por eso la función del terapeuta es explicar cómo ayudar, dar herramientas y en este caso explicar además que “El Efecto Pigmalión requiere de tres aspectos: creer firmemente en un hecho, tener la expectativa de que se va a cumplir y acompañar con mensajes que animen su consecución” (Sánchez Hernández, M. y López Fernández, M. 2005).
No es magia, es aumentar con conductas y verbalizaciones el sentimiento de autoeficacia de la persona.
Poco a poco las verbalizaciones de “tonto y estúpido” que eran expresadas y por momentos auto-dirigidas fueron disminuyendo su frecuencia hasta desaparecer. En ese interludio no se abandonó el proceso de Modelado o Aprendizaje Vicario (Bandura, 1984) el cual ha demostrado que los seres humanos también adquieren conductas nuevas sin un refuerzo obvio. “El único requisito para el aprendizaje puede ser que la persona observe a otro individuo o modelo llevar a cabo una determinada conducta. Más tarde, especialmente si el modelo recibió una recompensa visible por su ejecución, el observante puede manifestar también la respuesta nueva cuando se le proporcione la oportunidad para hacerlo”.
Luego de ocho meses las dificultades de A. en sus habilidades sociales han mejorado y se encuentra finalizando el año académico con progresos en su adquisición de conocimientos. El abordaje interdisciplinario articulado con la casa y la escuela son los factores que incrementan mayormente las probabilidades de mejoras. Un espacio terapéutico aislado tiene efecto muy limitado o nulo si el contexto familiar no contribuye con sus responsabilidades.
Ya de cara a sus vacaciones escolares, tengo invitación por parte de A. para visitarlo a su casa, charlar y jugar con su mascota. Recientemente, de forma espontánea; en una esquina de papel cortada desprolijamente a mano pero tan valioso como un diploma de honor, A. me regaló un dibujo, simple pero indescriptiblemente cargado de afecto.
En esa tarde, en esa sesión; me gradué de su “amigo”. Titulo más noble que ese, seguramente; no existe.


Bibliografía

  • Andrade Gonzales, N. (2005). La alianza terapéutica. Clínica y Salud [en linea],[Fecha de consulta: 26 de noviembre de 2018] Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=180616109001 ISSN 1130-5274
  • Bandura, A. (1984). Teoría del Aprendizaje Social. Madrid : Espasa Calpe.
  • Sánchez Hernandez, M. y López Fernandez, M. (2005). Pigmalión en la Escuela. Editorial Universidad Autonómica de la Ciudad de México. México D.F