Skip to main content

“Es una catástrofe”Los trastornos psíquicos en niños y adolescentes se agravan y hay provincias que no tienen ningún especialista

ay que derivarla urgente a un psiquiatra infantojuvenil”, les dijo a Felicitas y a su marido el pediatra de su hija Violeta, que tenía 16 años. Era comienzos de 2022 y acababan de volver de unas vacaciones en las que el padecimiento psíquico de la adolescente se desató con fuerza. Para la familia, que vive en una localidad bonaerense de 45.000 habitantes a 600 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, la pesadilla había comenzado dos años antes, cuando en plena pandemia Violeta desarrolló una anorexia que llevó meses identificar. Al trastorno de la alimentación le siguió una ansiedad que la aislaba cada vez más y casi no le permitía salir de su cuarto, junto a ataques de pánico que la dejaban sin aire. Después, aparecieron las ideas de muerte, la certeza de que su sufrimiento era demasiado grande para seguir adelante. Pero al comienzo, nada de eso tenía nombre: llegar al diagnóstico de trastorno de ansiedad generalizado con ataques de pánico y depresión grave, no fue fácil. “Acá no hay guardia de salud mental. El pediatra llamó a psiquiatras infantojuveniles en Bahía Blanca, Mar del Plata y otras ciudades cercanas, pero nadie nos daba turno. Después de una crisis, tuvimos que llevarla a uno de adultos que le dio un antidepresivo con una dosis demasiado alta y le hizo mal”, cuenta Felicitas. A partir de ese momento empezó el derrotero para conseguir al psiquiatra especialista en niños y adolescentes que hoy atiende a Violeta en Buenos Aires, a donde la familia viaja cada dos semanas. “Llegar a él fue una lucha. Si tenés un hijo con un problema de salud mental, vivir en un pueblo chico es una condena”, resume la madre, cuyo nombre real, el de Violeta y el de las otras familias que dieron testimonio para esta nota fueron cambiados.

“Nos consiguieron un turno con un psiquiatra recién para 4 meses después del primer intento de suicidio de mi hijo. Y las sesiones eran cada dos meses. Al final, lo terminamos haciendo atender en un consultorio privado”.

Lejos de ser una problemática exclusiva de las localidades pequeñas, este caso es un ejemplo de las enormes dificultades que atraviesan miles de niñas, niños y adolescentes a lo largo y ancho del país para acceder a un psiquiatra infantojuvenil. En la Argentina, hay solo 464 profesionales que cuentan con esa especialización y 4072 psiquiatras generales, según datos del Ministerio de Salud de la Nación a los que accedió LA NACION tras realizar un pedido de acceso a la información pública. Dicho de otro modo, en el país hay 1 psiquiatra infantojuvenil cada 100 mil habitantes. Y si se cuentan los psiquiatras generales hay que hablar de 10 cada 100 mil habitantes. Al comparar las proporciones con la cantidad de psicólogos, por ejemplo, la diferencia es abismal: estos últimos son 220 cada 100 mil. Hay provincias como Chaco, Formosa, Misiones y Santiago del Estero donde según los registros oficiales no hay ningún psiquiatra especializado en niñas, niños y adolescentes. Mientras que en otras 15 jurisdicciones se cuentan con los dedos de una mano. En Catamarca, la provincia con mayor tasa de suicidios en adolescentes de entre 13 y 19 años, solo ejerce uno de estos médicos. Por otro lado, la Ciudad (con 202 especialistas) y la provincia de Buenos Aires (129) son las que concentran los números más altos, seguidas por Córdoba (36), Mendoza (33) y Santa Fe (27). En un contexto donde las problemáticas de salud mental como la depresión, las autolesiones, los trastornos de la alimentación y los intentos de suicidio crecieron entre un 100 y un 200% en los últimos tres años, los psiquiatras infantojuveniles hacen malabares para dar respuesta a la explosión de la demanda. En una frase: son poquísimos y no dan abasto.

“Esta especialidad está entre las menos elegidas por tener una remuneración menor que otras que tienen la misma carga horaria de atención”, asegura Adriana Ingratta, presidenta de la Asociación Argentina de Psiquiatría Infantojuvenil (AAPI) y directora de las carreras de Especialista en Psiquiatría Infantojuvenil de la USAL y la UBA, y advierte: “Lo que se observa es un déficit creciente de profesionales. Quedan vacantes puestos en residencias y no se cubren cargos en guardias. Además, hay profesionales con mayor experiencia que renuncian al sector público y a las obras sociales para concentrar su trabajo en prepagas o consultorios privados”. LA NACION conversó con 10 profesionales que trabajan en seis provincias distintas y con referentes de las organizaciones que los agrupan, como AAPI y la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA). En todos los casos, el panorama es sumamente complejo: muchos tienen pacientes que viajan 400 kilómetros o más desde sus ciudades para poder ser atendidos y listas de espera que superan los dos meses para un turno. Por otro lado, cada vez son más los que admiten haber sufrido un burnout y haber pasado del sector público al privado en busca de mejores honorarios y condiciones laborales más amables. Incluso, en el último tiempo algunos emigraron a otros países, como Chile o España. Además, como advierte Ingratta, en la Argentina hay vacantes en hospitales públicos que no llegan a cubrirse y los equipos de salud mental, aún en las instituciones pediátricas de referencia, son reducidos.

“Soy de Laguna Paiva, Santa Fe. Cuando a los 16 años mi hermano tuvo un intento de suicidio, no logramos conseguir acompañamiento psicológico. Cuesta horrores conseguir turnos para psicólogos y psiquiatras”.

“Quiero que me apaguen” Aunque se agudizó con la pandemia, lo que los expertos no dudan en calificar como una “crisis de salud mental adolescente” comenzó mucho antes. Entre muchos otros factores que influyeron en este fenómeno y recién están en etapa de estudio, psiquiatras y psicólogos coinciden en mencionar cómo en las últimas décadas la edad de inicio de la pubertad descendió notablemente en las chicas y hoy ronda los 12 años. “Con el desarrollo puberal hay cambios en el cerebro que hacen que maduren áreas del cuerpo que dependen de las hormonas, pero hay áreas del cerebro, como la prefrontal, que son las responsables de las funciones ejecutivas como la toma de decisiones, que van a tardar más en madurar. Entonces, se genera un desfase”, explica Silvia Ongini, psiquiatra infantil y juvenil del Departamento de Pediatría del Hospital de Clínicas. Y profundiza: “Si a un sujeto que no tiene esas capacidades maduras lo exponemos a situaciones que aún no está en condiciones de afrontar, es muy probable que termine con conductas que lo pongan en situaciones de riesgo”. Las nuevas tecnologías también son determinantes. La distancia que existe entre los estímulos e información que reciben los adolescentes, por ejemplo, a través de las redes sociales, y su posibilidad de procesarlos puede resultar nociva. Felicitas recuerda que fue en 2020 cuando Viole empezó a “adelgazar sin parar”, mientras pasaba horas viendo “modelos fotoshopeadas y extremadamente flacas en Instagram”. Ella misma le contó a su mamá que le había dejado de venir la menstruación y que se le caía el pelo. A pesar de que vieron a varios médicos de su pueblo y pasaron por análisis de todo tipo, ninguno parecía advertir el sufrimiento psíquico de la adolescente. Recién cuando tuvo un ataque de pánico delante de un neumonólogo, empezaron a darle en la tecla. Tras la experiencia fallida con el psiquiatra de adultos, los padres de Violeta dieron con el especialista infantojuvenil que la atiende cada 15 días, a veces de forma virtual. “Costó encontrarlo y si no tenés los recursos económicos, no sé qué hacés. A pesar de que nosotros tenemos una prepaga de primera línea, este profesional trabaja en forma privada y la consulta sale 16.000 pesos, a lo que hay que sumar los traslados hasta Buenos Aires”, cuenta Felicitas, que trabaja en el sector agropecuario.

Además, Violeta va dos veces por semana a una psicóloga que cobra 7.000 pesos la consulta. “Antes de llegar a ella pasamos por otras seis que no le funcionaron: no es fácil encontrar profesionales capacitados en atender niños y adolescentes con problemáticas complejas, y menos que atiendan por prepaga u obra social”, asegura la madre. Recuerda que cuando su hija comenzó a hacer terapia, repetía frases como “quiero que me apaguen y que se termine todo, no puedo seguir sufriendo”. Incluso, llegó a decirle: “Si no me mato, es por vos”. “Desde abril del año pasado la indicación fue que estuviera siempre acompañada y nos dijeron que pensáramos en una internación domiciliaria, porque acá no hay lugares de internación. Yo me convertí en su enfermera y muchas veces duermo con ella en su cuarto”, detalla Felicitas. Esa sensación de soledad, desborde y desesperación ante la dificultad de conseguir especialistas para sus hijos es una realidad con la que se choca a diario la psicóloga Cintya Castañeda, coordinadora de grupos en Empesares, una organización civil dedicada a la visibilización y prevención del suicidio que cuenta con 13 espacios terapeuticos gratuitos para las familias. Para esos grupos la lista de espera supera las 50 personas. “La situación es desesperante. Ayer seguía el caso de una chica de 16 años que vive en Ushuaia. Se autolesiona y le manifestó a su psicóloga que no tenía más ganas de vivir. Están buscando un psiquiatra infantojuvenil y no encuentran”, dice Casteñada. Hace unos días, le pidió a los más de 89 mil seguidores de la cuenta de Instagram de Empesares si querían compartir sus experiencias relacionadas con la búsqueda de estos profesionales. Varios de los testimonios que recibió acompañan esta nota. A Empesares llegan cada vez más mensajes que dan cuenta del suicidio de niños pequeños: en el último tiempo, tuvieron dos casos de chicos de 7 años. “Muchas veces, ante un intento de suicidio, a los chicos los internan en la guardia y cuando les dan el alta salen sin turno con un psiquiatra o se lo dan de acá a dos meses. ¿Qué hacen los papás en ese tiempo? Guardia las 24 horas y esperar que pasen los días. Estamos hablando de problemáticas que se están llevando la vida de muchos niños y adolescentes”, advierte la psicóloga.

“En el Partido de la Costa no hay psiquiatras infantojuveniles y el servicio de salud mental del hospital municipal está saturado. Es alarmante y preocupante que para acceder a un turno haya que esperar meses”.

“Hay que poner mucho el cuerpo” Manuel Vilapriño, psiquiatra de adolescentes y adultos y expresidente de APSA, explica que la formación de un infantojuvenil lleva un promedio de 15 años entre la carrera de medicina, la residencia y la especialización. Subraya que es una especialidad compleja, que implica mucho contacto con los pacientes. “Se requiere un gran tiempo de escucha y presencia, donde se pone mucho el cuerpo. Una entrevista de mantenimiento, ni siquiera te hablo de una primera consulta, no lleva menos de 45 minutos y puede alcanzar la hora y media. En ese tiempo, un traumatólogo puede llegar a ver a cuatro o cinco pacientes”, ejemplifica. “Además de que la demanda es altísima, fue creciendo la complejidad de los casos. Es bastante agotador y eso hace que la gente no se acerque tanto a esta especialidad que es altamente sensible”. Volviendo a Violeta, en el último tiempo sus papás habían notado mejorías en la adolescente. “Estábamos contentos. Incluso empezó a proyectar qué estudiar después del colegio”, cuenta su mamá. Pero hubo un episodio que la hizo empeorar. Hace unos días, una compañera del instituto de inglés al que va Viole, tuvo un intento de suicidio en el baño. “La sacaron en ambulancia y mi hija la vio. A partir de ahí retrocedió varios casilleros y no la puedo dejar sola: hubo que reforzar la medicación y no volvió a dormir tranquila. El psiquiatra y la psicóloga me dijeron que prendiéramos todas las antenas”. Muchas veces Felicitas se siente desbordada: “Si no tuviese los medios materiales, no sé cómo haría. Son tratamientos largos y se te transforma la vida”.

“Se produce desgaste y estrés” Sebastián Cukier es psiquiatra infantojuvenil y trabaja en el Hospital de Niños Pedro de Elizalde de la ciudad de Buenos Aires, una de las instituciones pediátricas más emblemáticas del país. Está a cargo de tres sectores: internación e interconsulta, consultorios externos y el servicio de guardia de salud mental. Este último equipo tiene tres profesionales titulares: un psicólogo, un psiquiatra y un trabajador social. “Durante las licencias ordinarias de los titulares o si alguien se enferma, es difícil conseguir suplentes, sobre todo psiquiatras. Eso produce desgaste, estrés y situaciones difíciles que se dan de forma cotidiana. Hay algunos días en que no hay psiquiatra de guardia”, explica Cukier. Trabajar con ese equipo reducido no es sencillo. Por eso, desde el hospital están avanzando en la gestión ante el Ministerio de Salud porteño para que haya un segundo equipo en la guardia de salud mental y sumar así seis titulares. Cukier detalla: “Eso permitiría que un grupo se ocupe de las consultas internas, que son las que nos derivan de otras áreas del hospital; y otro de las externas, que son las que llegan de la calle. Así podríamos cubrirnos durante las licencias para que siempre haya al menos un profesional por especialidad”. En los últimos tres meses, en la guardia atendieron un promedio de 13 casos por día, de los cuales el 5% fueron por autolesiones o conductas suicidas: “Ambas son, por lejos, las principales causas de internación en salud mental”. A eso hay que sumarle una complejidad extra: las camas destinadas a salud mental son limitadas: entre 8 y 12. “A veces aparecen varios casos de chicos que requieren internación y algunos se tienen que quedar en la guardia porque no hay disponibilidad”, resume Cukier.

Los especialistas que hay en el país

Datos de 2021 de la Red Federal de Registros de Profesionales de la Salud del Ministerio de Salud de la Nación y Censo 2022

Una problemática estructural Mariana Moreno es psiquiatra infantojuvenil y está al frente de la Dirección Nacional de Salud Mental y Adicciones del Ministerio de Salud de la Nación. Asegura que la escasez de profesionales infantojuveniles es una problemática estructural y de largo arrastre: “Es una situación de crisis por la que no solamente está atravesando la psiquiatría en general y la infantojuvenil en particular, sino también otras especialidades de la medicina”, sostiene. Respecto a cuáles son las estrategias que están desplegando para abordar esa situación, responde: “Desde el nivel nacional contamos por ejemplo con la herramienta de la plataforma de telesalud, que nos permite por lo menos tener una llegada a través de ese medio a lugares del país en los que no hay especialistas. Se los conecta con equipos de otras provincias o del Hospital Nacional Bonaparte, aunque es cierto que no todo se resuelve a través de la virtualidad”. Qué es lo que esencialmente hace distinto a un psiquiatra general de uno infantojuvenil. Silvia Ongin lo resume: “Tenemos una mirada del sujeto creciente y de los cambios neurobiológicos que se dan en las distintas etapas del desarrollo. Esa mirada es diferente a la del psiquiatra de adultos”. En cuanto hasta qué edad atienden a las chicas y los chicos, los especialistas explican que si bien en los servicios de psiquiatría infantojuvenil de los hospitales suele ser hasta los 15 o 18 años (dependiendo de la institución), en la consulta privada se extienden hasta los 21 o incluso más.

Por otro lado, entre las variables que influyen en que estos profesionales sean tan pocos, Ingratta enumera tres: la baja remuneración, las enormes presiones y la mala distribución de los recursos humanos. “La migración de profesionales jóvenes y no tan jóvenes es muchas veces en busca de mayor seguridad en su futuro o de reconocimiento”, detalla la presidente de AAPI. Y agrega que, además, “están mal distribuidos en las provincias”. En ese sentido, Ramiro Pérez Martín, psiquiatra infantojuvenil que vive en Trenque Lauquen, asegura: “Cada profesional se establece donde lo decide por motivos personales, pero no hay una planificación ni incentivos para que la distribución sea más equitativa: te puede pasar que haya varios especialistas en tu localidad o ninguno. Es azaroso”. Medidas como otorgar incentivos a los residentes o financiar la carrera de esta especialización son algunas de las que, según Ingratta, podrían ayudar a largo plazo. También el mejorar las condiciones laborales y los salarios para que “resulten consecuentes con la tarea y responsabilidad que desempeñan los equipos, así como también el considerar los cuidados emocionales, previniendo el burnout”. Con respecto a las iniciativas que suelen tomarse en otros países para “cuidar a los que cuidan”, Vilapriño explica que en España, por ejemplo, “está incorporado el concepto del pack, que implica la formación, la asistencia, la docencia y la investigación, que es algo en lo que nosotros creemos mucho y que pasa en lugares del mundo donde los profesionales hacen en el mismo espacio sus diferentes actividades, lo que permite un funcionamiento más homogéneo y enriquecedor”. Según detalla el presidente de APSA, es algo que en la Argentina no ocurre por diferentes motivos, incluyendo “la cantidad de trabajos que hay que tener para poder sostenerse”. Y agrega: “Eso desmotiva. Si bien hay mucha gente que se especializa en diferentes instancias, no son tantos los profesionales en salud mental que intentan obtener los doctorados. Esto es porque la asistencia, por una cuestión de sustento, termina primando sobre las otras áreas, cuando lo ideal sería que fueran en conjunto, porque se retroalimentan”.

“Hay hasta tres consultas diarias por intentos de suicidio” El Hospital Pediátrico Dr. Humberto Notti de Mendoza es un centro de referencia de alta complejidad en el oeste del país: recibe pacientes de la zona de Cuyo y aledaños. Su equipo de salud mental atiende a niñas, niños y adolescentes de hasta 15 años y cuenta con 14 psicólogos, un trabajador social y cuatros psiquiatras infantojuveniles. Uno de ellos es Gustavo Molina: “La necesidad de internación es cada vez mayor: por día, tenemos entre dos y tres interconsultas nuevas por intentos de suicidio y autolesiones”, cuenta. El servicio tiene atención por consultorios externos y un hospital de día para trastornos de la alimentación. Además, interviene en interconsultas por pacientes internados en otros sectores del hospital y recibe la demanda espontánea “de la calle”. No tienen guardia de salud mental infantojuvenil (no hay ninguna en toda la provincia), con lo cual si un fin de semana llega un niño llega con una urgencia, queda en la general de pediatría hasta el lunes, cuando lo ven los psiquiatras. “No es lo ideal y hoy se está empezando a tramitar un abordaje de guardia pasiva”, detalla Molina. La mañana que LA NACION visitó el hospital para hacer las fotos que acompañan esta nota, Molina y su equipo tuvieron que internar a una niña de 11 años con ideas de muerte que llegó acompañada de su abuela. Molina trabaja además en un centro terapéutico para personas con discapacidad y en una institución privada donde la lista de espera para conseguir un turno es de dos meses. “En Mendoza los psiquiatras infantojuveniles compartimos un grupo de WhatsApp donde constantemente mandamos la misma pregunta: ¿quién tiene turno?”, cuenta el médico, que atiende unos 150 pacientes por mes solo por consultorios ambulatorios y agrega: “Hacemos lo mejor que podemos con lo mejor que tenemos”.

“Mi hija tuvo un intento de suicido el año pasado, la atendió de urgencia un psiquiatra de adultos y le recetó medicamentos que no le hicieron bien. Pero vivo a 600 kilómetros de CABA y acá no hay psiquiatras infantojuveniles”.

“Como actuar en una catástrofe” En octubre de 2021, Nicolás se suicidó. Tenía 19 años y hasta ese momento vivía con su hermana y Carmen, su mamá, en un pueblo de menos de 1000 habitantes a 300 kilómetros al sur de la ciudad de Buenos Aires. Cuando el adolescente empezó a sufrir depresión, Carmen movió cielo y tierra para conseguir que lo atendiera un psiquiatra infatojuvenil en Mar del Plata, ya que en su pueblo y alrededores no había ninguno. “Le dieron medicación y había que hacer dos horas de viaje para que pudiera seguir el tratamiento. Habremos ido a dos consultas y Nicolás no quiso ir más. Era muy difícil sostenerlo a tanta distancia”, asegura Carmen, que tiene 44 años. Cuenta que en pueblos como el suyo, el suicidio sigue siendo un tema tabú. “Todavía cuesta mucho hablar de esta problemática. Habría que trabajar más en la prevención”, subraya. Romper prejuicios y capacitar a la comunidad en la prevención del suicidio es el objetivo de la organización social Escensarios Saludables. En 2013, empezaron a trabajar en Monte Quemado, Santiago del Estero, ante la cifra alarmante de suicidios: en los cinco años anteriores a su llegada, 30 niños y jóvenes de entre 10 y 29 años se quitaron la vida.

“Mi hijo se suicidó a los 19 años. No pude darme cuenta en qué momento dejó de sonreír. Acá, en Santa Eufemia, Córdoba, no hay psiquiatras infantojuveniles, ni siquiera una guardia de salud mental”.

Desde entonces, Raúl Morello, pediatra y psiquiatra especializado en la atención de adultos y adolescentes, viaja a Monte Quemado como voluntario de Escenarios Saludables para atender pacientes en una provincia donde no hay ni un solo psiquiatra infantojuvenil. “Durante los primeros cuatro años viajaba todos los meses, luego tuve un par de infartos que me obligaron a ir cada dos”, cuenta Morello, que vive en la localidad bonaerense de Moreno y trabaja como perito psiquiatra y pediatra en el fuero de responsabilidad penal juvenil. Además, por la tarde atiende pacientes de forma particular. “Cuando llegamos a Monte Quemado, jamás había pisado el lugar un psiquiatra. Cada vez que vamos es como actuar en una catástrofe: la última vez vi a 85 pacientes en dos días, de los cuales entre un 40% y 50% eran adolescentes y niños. Cuando vuelvo a Buenos Aires, los sábados y domingos tengo el teléfono a su disposición para consultas. En las últimas dos semanas recibí 30 llamadas preguntando cuándo volvía”, detalla Morello. En Santiago del Estero sus pacientes no son solo de Monte Quemado: algunos llegan desde más de 400 kilómetros y de provincias como Chaco, Tucumán y Córdoba. “Es porque soy el mejor psiquiatra del pueblo… Va, el único”, dice con un sentido del humor punzante. “La municipalidad se hace cargo de la medicación de los que no tienen un mango y eso hay que destacarlo, porque es cara”, reconoce Morello.

“Nos dimos cuenta de la gravedad cuando tocó fondo” Laura tiene 54 años y vive con su familia en una localidad a 30 kilómetros de Neuquén capital. En agosto de 2018, Esteban, el menor sus hijos y quien acaba de cumplir 21 años, tuvo su primer intento de suicidio. “Nos dimos cuenta de lo grave de la situación cuando tocó fondo. Lo llevamos a un hospital y quedó internado una noche en un pabellón dedicado a pacientes con problemas de salud mental”, recuerda su mamá. A Esteban le asignaron la misma habitación que un joven que le llevaba un par de años, y a Laura se le quiebra la voz cuando reconstruye esas horas: “Ese otro chico se suicidó en el cuarto que compartían: lo encontró mi hijo en un momento en que yo no estaba, y lo arrastró por el pasillo pidiendo ayuda. Intentaron reanimarlo, pero no fue posible. Fue un knockout para Esteban: horas después, se encerró en el baño e intentó nuevamente quitarse la vida. Ahí lo trasladaron al Hospital Provincial Dr. Castro Rendon”. En esa institución, Laura conoció a Tatiana Ross, la única profesional que ejercía allí como psiquiatra infantojuvenil. “Hasta que llegamos a ella empezamos muy solitos, deambulando por la salud pública. Tatiana fue fundamental para que Esteban empezara a salir adelante, porque creyó en él. Antes pasamos por cinco psicólogos que cuando nos hacían las entrevistas nos decían: 'No estamos capacitados para atenderlo'. Que te digan eso, como papá, es tremendo”, dice Laura.

“En CABA, si vas personalmente al hospital no te dan turnos y si llamás por teléfono nunca hay turnos cercanos. Lo peor es que es un tema de riesgo, ya que mi hijo está con depresión. Como familia estamos desesperados”.

Cuando al adolescente le dieron el alta un mes después, la vida familiar cambió por completo. “Como no había lugar ni siquiera en los centros de día, nos hicimos nosotros responsables las 24 horas y seguimos con un tratamiento ambulatorio. En casa no había más sogas, cables, nada, y Esteban necesitaba acompañamiento de forma permanente. Yo dormía con él”, dice su mamá. Esteban siguió en tratamiento con Ross y luego con otro especialista al que llegó a través de ella. Desde hace tres años tiene alta y hoy está en tercer año de la facultad. “Lo que más satisfacción me da es que otra vez veo brillo en sus ojos”, sostiene Laura. Ross es santiagueña pero desde hace 14 años vive en Neuquén. Ejerció cargos en el sector público, como en el Hospital Castro Rendon, donde conoció a Esteban. En 2018, por la gran demanda que había en esa institución y porque no contaba con ningún colega en el cual respaldarse, decidió irse al ámbito privado, donde trabajó de forma exclusiva hasta que, un año después, se sumó también al hospital de día que hoy coordina. “Tenemos unas 100 personas en tratamiento y lo que notamos desde la pandemia fue un incremento exponencial de la demanda de adolescentes: antes nos llegaban 10 casos y ahora tenemos 50. Además, se han ido agudizando los cuadros”, resume. A esos chicos se suman los 40 que ve en su consultorio particular. Muchos son del interior de Neuquén, de localidades donde no hay psiquiatras o solo hay de adultos.

“No puedo dar respuesta a todos los casos” Son muchos los psiquiatras infantojuveniles que reciben pacientes que recorren varios kilómetros para atenderse. En Trenque Lauquen, por ejemplo, de los aproximadamente 60 que tiene Pérez Martín, algunos llegan de 200 kilómetros a la redonda: “Estoy excedido de trabajo y tengo lista de espera, lo cual me parece aberrante, pero lamentablemente no puedo dar respuesta a todos y busco privilegiar los casos más urgentes”. Algo similar le pasa a Jimena Ross, que vive en Río Cuarto: tiene unos 40 pacientes que son niños y 100 adolescentes. “En Río Cuarto seremos unos tres psiquiatras infantojuveniles y cada vez me llegan más casos del interior, hasta de San Luis. Tengo lista de espera de 20 días”, cuenta. La especialista subraya que para un psiquiatra infantojuvenil, el trabajo interdisciplinario es indispensable: “En mi caso, trabajo en un consultorio privado con mi hermano, que es neurólogo infantil, con una psicóloga y todo un equipo. Es mucho más complejo que la atención de adultos”. Renzo Olmedo coincide en ese punto. Trabaja en el Policlínico de San Luis, un hospital pediátrico. Antes de llegar a esa provincia, estuvo durante seis años a cargo del servicio de psiquiatría infantil del Hospital Dr. Marcial Quiroga de San Juan, de donde es oriundo. Aunque durante mucho tiempo trabajó 100% en el sector público, por las difíciles condiciones laborales decidió optar por un contrato part time (va dos veces por semana al policlínico, donde es el único especialista en su tipo) para dedicarse también a la atención privada.

“Mi hijo intentó suicidarse dos veces. Tiene ataques de pánico y angustia. En marzo lo derivaron a un psiquiatra general, pero por la obra social le dieron turno recién para el 26 de junio”.

“En el hospital atiendo unas 100 consultas por mes, entre pacientes internados y ambulatorios. En la parte privada, en San Luis soy el único psiquiatra infantojuvenil y a medida que se fue enterando la gente tuve que poner más días de atención y tengo unas 150 consultas por mes. Algunos pacientes llegan de Merlo, que está a 350 kilómetros”, cuenta. Todos los consultados coinciden en que cada vez reciben casos más graves. Sobre ese punto, Adriana Ingratta pone el énfasis en que muchos niños llegan a la consulta “cuando la gravedad se impone como una urgencia”, es decir, con trastornos severos y riesgo de vida. “Esto se debe a múltiples factores: escasos recursos humanos, dificultades para hacer la derivación y también prejuicios a la hora de la interconsulta. Si a un niño le prescriben un antibiótico para una infección en general no se cuestiona, pero cuando se indica un psicofármaco se habla de que 'medicalizamos la infancia'”. En resumen, los profesionales consideran fundamental hacer foco en la prevención y en la intervención temprana, así también como en el trabajo interdisciplinario. En ese sentido, la presidenta de AAPI concluye: “Para dar respuesta a la demanda creciente es clave reforzar los equipos de psicólogos y otras disciplinas que trabajan con niños y adolescentes en las instituciones, capacitándolos para la detección de las urgencias que permita un rápido acceso al tratamiento psiquiátrico de quienes lo requieran o la derivación oportuna hacia uno psicológico, además del seguimiento del grupo familiar”.

https://www.lanacion.com.ar/comunidad/los-trastornos-psiquicos-en-ninos-y-adolescentes-se-agravan-y-hay-provincias-que-no-tienen-ningun-nid24052023/?utm_source=n_&utm_medium=nl_titulares_del_dia&utm_campaign=nota_titulo_9#/