Confesiones de una acompañante escolar: la inclusión, ¿excluye?
Por Araceli Virginia D´Amico (Acompañante Profesional No Docente para la Inclusión escolar y maestra de niños y niñas desescolarizados. Autora del blog «Ser APND. Confesiones de una Acompañante Profesional No Docente)
Ser diferente es especial. Ser especial es a veces quedarse solo. Sentirse excluido de todo y de todos. Pero es «ser» especial. Y ese carácter reviste e inviste la figura de esa persona de un halo que parecería «no ser» de este mundo, sea cual sea la condición que se transite. «Ser» especial es también ser exclusivo.
Y acá está el verdadero borde en lo que respecta a mi trabajo. Porque todas las herramientas y dispositivos que se ponen en juego en materia de inclusión escolar son en su mayoría EXCLUYENTES y están diseñadas para ese ser acompañado «exclusivamente»:
-La figura de APND es una de esas herramientas
-Salir del aula para hacer las tareas, explicar nuevamente las consignas o trabajar con otro contenido, es uno de los dispositivos más implementados (no estoy diciendo que no se tenga que salir del aula. Sino que considero, gracias a mi experiencia, que la mayoría de las veces no es necesario).
-El trabajo uno a uno, sin contemplar a los pares, a la/el/los docente/es, a la familia y la comunidad educativa.
-El material de acceso confeccionado “exclusivamente” por la profesional de apoyo solamente para el estudiante acompañado.
Vuelvo sobre mis palabras. No quiero decir que estos dispositivos no funcionen o que no tengan que ponerse en juego. Lo que cuestiono aquí es la gran exclusividad de los mismos. Condición que marca aún más las diferencias en un entorno hostil de competencias y rivalidades, de “ver quien lo hace mejor, quien lo hace primero”. Quien lo hace BIEN. Lo que pide la maestra, la escuela, la sociedad…
Mi camino es inverso: primero ejercí la docencia. Recién ahora, a mis casi 50 años, transito la experiencia académica en el profesorado de enseñanza primaria de Villa Lugano, y me costó un montón (todavía me cuesta) adaptarme a lo que piden los profesores.
Me formé (y me formo) en la experiencia de brindar desde hace más de 20 años contención y un espacio seguro a esas infancias con patologías o dificultades cognitivas que en la escuela, durante (y desde) la crisis del 2001, no eran escuchadas, miradas o tenidas en cuenta.
Nunca me cuestioné (y ni siquiera lo pensé) si podía o no abordar por ejemplo la condición de hipoacusia leve, discapacidad motora, retraso madurativo, disminución visual, o casos de bullying con ansiedad y ataques de pánico, así como también las secuelas que imprime el rechazo por pertenecer a comunidades culturalmente diferentes (y estoy solo mencionando algunas).
Simplemente me di (y me doy) a la tarea de acompañarles. Y los contenidos escolares que traían se transformaban en una excusa (¡muy buena!) para descubrir los verdaderos motivos de la apatía, el aburrimiento, la tristeza, la bronca, ese “no saber”. Di clases a como dio (y da) el lugar. En la vereda. En un Motorhome. Virtuales. Híbridas. Utilicé mi cama como mesa de estudio para alfabetizar niños y niñas desescolarizados. En Córdoba y en Buenos Aires.
Hice talleres de meditación en el parque, jornadas de teatro y máscaras, círculos de lectura y escritura, encuentros con las familias, charlas, asambleas entre ellos y ellas. Talleres de aprendizaje. ¡Festejos! Aprendimos y aprendemos juntos danzando y riendo. Dar clases es como danzar y tomar los bordes de la intolerancia como una guía en esos movimientos necesarios. Absolutamente necesarios.
Seguí leyendo en el Blog de Araceli: https://serapndconfesiones.blogspot.com/
https://alteredu.com.ar/confesiones-de-una-acompanante-escolar-la-inclusion-excluye/