El gran reinicio del conocimiento:
Apostar por la enseñanza parcial o totalmente en línea no es más que una forma de cerrar lo que se ha considerado innecesario o despilfarrador. El objetivo de este proceso, que viene de lejos, somos finalmente nosotros, los docentes. Es la relación subversiva que –aunque desgarrada, fragmentada y enrarecida– deseamos y logramos construir con nuestros alumnos y alumnas. Es este puente el que se quiere destruir de forma permanente.
En noviembre de 2020 un grupo de académicos italianos publicó una carta abierta sobre la irrupción de las plataformas digitales propietarias en la educación universitaria a distancia. Todos los riesgos que planteábamos en aquella misiva sobre el imperio tecnológico de las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) se convirtieron en menos de dos años en una realidad.
Sin apenas hacer ruido, Facebook ha entrado en el mercado educativo ofreciendo servicios para el “apoyo a la enseñanza” a las universidades latinoamericanas. Google no se ha quedado atrás, y desde hace un tiempo ha comenzado a ofertar cursos a precios irrisorios, relacionados con su negocio, con el beneplácito de todo el mundo empresarial. La marcha del famoso buscador parece imparable. Después de conquistar las escuelas de Europa (en España los colegios de Andalucía), el monopolista californiano firmó un acuerdo con la multinacional india del sector edtech Byju’s para ofrecer “educación personalizada”. Google y Byju’s, encarnación del “leviatán big tech”, se representan como facilitadores de la transición del aula tradicional a un espacio de aprendizaje virtual, beneficiando potencialmente a millones de estudiantes indios durante y después de la pandemia.
Microsoft, gracias a los acuerdos alcanzados con la CRUI (Conferenza dei Rettori delle Università Italiane), ha pasado a suministrar a todas las universidades italianas el software Teams con el fin de ser utilizado como plataforma digital para llevar a cabo las clases en línea. Este software se suministra con su emblemático paquete de ofimática, el mismo que ofreció a todos aquellos negocios que también compraron el infame Microsoft Productivity Score, una herramienta para la supervisión de los trabajadores que asigna automáticamente puntuaciones en función de su ‘comportamiento’ en su puesto laboral. Tras varias protestas, la empresa estadounidense decidió retirarla. O, más bien, “hacerla menos intrusiva”, pues todas las funcionalidades perjudiciales que le dan forma aún permanecen allí, pasivas, esperando su momento.
Siempre a la vanguardia de las soluciones distópicas, Microsoft ha anunciado el lanzamiento de Reflect, una aplicación que permite a la comunidad educativa –según se presenta en su página web– “enviar y responder encuestas diseñadas para apoyar el aprendizaje y el bienestar emocional y social”. Todavía no se sabe lo que dirán los psicólogos al respecto, pero todo aquello que ya se rechazó para las empresas con el uso del software Productivity Score, se está planteando ahora para el sistema educativo con Reflect, permitiendo a Microsoft recopilar datos extremadamente sensibles, y a los equipos directivos de las escuelas monitorear el estado de ánimo de profesores y alumnos. Y quien sabe, mañana los padres más ansiosos podrán controlar a sus hijos a través de una aplicación creada ad hoc.
GAFAM, operando como un cártel, intenta no competir demasiado internamente. No obstante, el negocio de la educación es muy tentador. Tanto, que Amazon, tras relanzar su iniciativa “un clic para el cole”, añadió en 2020 la herramienta Digital Lab, “un espacio digital gratuito que ofrece un extenso catálogo de recursos”, incluyendo vídeos y otros contenidos para los profesores.
¿Falta alguien? ¡Ah, sí! ¡Apple! El Ministerio de Educación italiano ya se ha encargado de incluir a esta empresa en el negocio de la educación, firmando en noviembre de 2020 un acuerdo que, citando su protocolo de actuación, contempla “promover iniciativas para la búsqueda de medidas con las que apoyar los procesos de innovación didáctica y pedagógica; experimentar soluciones dirigidas a modificar los entornos tradicionales de aprendizaje; promover el intercambio de información y de contenidos, para satisfacer las necesidades educativas de los docentes”.
A todo esto hay que añadir que la ex ministra de Educación italiana, Lucia Azzolina, ya había anunciado el diseño de una plataforma única para la enseñanza a distancia desarrollada en Italia, aunque nunca se supo cómo se iba a desarrollar ni quién iba a ser el encargado de hacerlo. ¿Y para las universidades? El exministro para la Investigación y la Universidad, Gaetano Manfredi, guardó silencio durante diez meses mientras la CRUI renovaba los acuerdos con Microsoft. Todo ello ocurrió cuando existen herramientas abiertas y públicas como las que ofrece el GARR (Gruppo per l’Armonizzazione delle Reti della Ricerca), en las que el gobierno no ha invertido ni un solo euro.
Lo cierto es que si el Estado no emplea recursos en la formación de sus ciudadanos, otros lo harán por él. En Brasil se descubrió que la multinacional estadounidense de educación a distancia Laureate, con oficinas en todo el mundo, utilizaba un software de inteligencia artificial para corregir los textos de sus alumnos. La enseñanza en línea ya era un gran negocio en Brasil incluso antes de la pandemia, con unos doscientos mil estudiantes implicados. Durante el seminario del Foro Social Mundial dedicado a la Universidad de las Plataformas, Gabriel Teixeira, profesor del Instituto Federal de Río de Janeiro, explicaba –cosa increíble– cómo a raíz de una denuncia admitida a trámite por un tribunal brasileño, fue llamado a declarar como testigo, y en su intervención pudo mostrar fotografías del call center desde donde llevaba a cabo su trabajo. De hecho, algunos docentes imparten sus cursos a colectivos equiparables a cerca de veinte mil alumnos, una cifra algo menor a la de todos los matriculados en la Universidad de Pavía, una de las más antiguas de Europa.
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