EDITORIAL:
Repetir o no repetir:
Por Viviana Postay[1]
Hace un breve tiempo se volvió noticia la eliminación de la repitencia como parte del formato escolar en una de nuestras provincias argentinas.
La discusión no es algo nuevo, y forma parte de temas y problemas largamente discutidos en el ambiente político-pedagógico. En estas líneas procederé a presentar mi opinión y para ello me centraré en el nivel secundario, que es adonde acumulo veinticinco años de experiencia docente y casi once años como miembro de equipo de conducción.
En secundaria, los números dicen que la experiencia de repitencia rara vez es exitosa, básicamente porque es bastante probable que un alumno que repite una vez, vuelva a hacerlo en algún momento de su escolaridad. La repitencia implica, también, que ese alumno es despojado de sus vínculos con sus compañeros más cercanos al ser trasladado a otro curso con otro grupo de pertenencia, donde seguramente le costará volver a construir lazos significantes. Ni hablar de ciertos estigmas asociados a la repitencia o a tener más edad que el resto de los chicos que allí habitan. Por otra parte, es cierto que perviven muchas prácticas nefastas en algunas escuelas donde, a pesar de que los Proyectos Educativos Institucionales publicados y avalados digan otra cosa, no se acepta a los propios repitentes, cuyas familias comienzan verdaderas odiseas para encontrar banco en alguna parte.
No, nadie en su sano juicio podría sostener que la repitencia es la panacea del sistema educativo.
Sin embargo, la eliminación de la repitencia como política impuesta acarrea problemas que son las mismos que poseen las normativas sobre la tercera materia recursable: se trata de medidas que quedan muy lindas en los papeles, pero al no tener por detrás un estudio serio sobre condiciones materiales y de recursos humanos y/o las inversiones correspondientes generan imposibles sobrecargas laborales a los docentes y amparan ficciones de aprendizaje, sencillamente porque el formato no resiste.
Pensemos hipotéticamente. ¿Tiene sentido que un estudiante tenga que volver a cursar primer año completo porque no aprobó cuatro sobre diez materias? El sistema está diciendo que no tiene los saberes básicos del 40% de primer año, convengamos que poco no es. ¿Y qué pasó con las otras materias? Los que tenemos años en el sistema sabemos que son escasísimos (por no decir inexistentes) los casos en los cuales estos chicos tienen, en las seis materias restantes, desempeños destacados que convertirían en absolutamente absurdo que tengan que volver a recursarlas. Por lo general, el desempeño en las seis materias restantes es al límite de la aprobación, lo que en jerga del cotidiano escolar sería decir que aprobaron raspando.
Por otra parte, todos los que habitamos hoy las escuelas sabemos que la secundaria no tiene el nivel de exigencia que otrora supo exhibir: la identidad del nivel no logró nunca superar la transición de trayecto para élites a trayecto masivo de manera relativamente eficiente. Además, la pandemia asestó un golpe durísimo al sistema, y durante dos años los estudiantes y sus familias se acostumbraron a un sigue, sigue que probablemente era la única solución, habida cuenta del terrible momento que estábamos viviendo. Pero, si tenemos que ser honestos, en el contexto actual obtener el título de la escuela secundaria no es precisamente sinónimo de escalar el Everest a mano limpia. También, como hemos decidido no abonar ningún tipo de “meritocracia”, en un futuro trabajo y/o instituto de formación superior/universidad prácticamente da lo mismo si te recibiste con el mínimo promedio o si destacaste en tus estudios secundarios. Al adolescente de hoy, todo y todos le dicen que la escuela secundaria no sirve para nada: en su casa y en los medios se critica a los maestros por ineficaces, adoctrinadores, vagos, a la vez que el mercado les lanza ilusiones de que las criptomonedas o el onlyfans son un camino fácil al éxito donde el estudio nada tiene para aportar. Habitamos un juego perverso de deslegitimaciones y estigmatizaciones de la autoridad pedagógica que incluye hacernos sentir culpables a los docentes porque la escuela no es algo “divertido” que enganche a los chicos: así las cosas, los intentos de transmisión seria de algún tema complejo caen en el saco roto de la falta de hábito y cualquier pedido de “esfuerzo” intelectual y concentración es intensamente contracultural.
Huelga decir que en contextos vulnerables donde los chicos y las chicas que tienen que salir a hacer changas para llevar unos miserables billetes a sus hogares ir a la escuela se vuelve cuesta arriba. Lo cual no es precisamente algo nuevo, pero no se va a paliar precisamente con quitar la repitencia, sino con el perfeccionamiento de las políticas sociales de sostén y fomento para la permanencia en el sistema escolar y, si me apuran un poco, tal vez sea la repitencia (con todos los bemoles más arriba descriptos) la única instancia que este sistema colapsado les está ofreciendo como segunda oportunidad. De todos modos, en 2022 (no así hace veinte años) cuando un alumno repite, es porque se agotaron millones de instancias de acompañamiento, recuperatorios, diálogos, intervenciones de equipos de orientación, cambios de modalidad de evaluación buscando la más apropiada para el estudiante… en fin, toda la escuela ha estado pendiente de la trayectoria de ese estudiante, incluyendo mediaciones con los adultos responsables quienes, en no pocos casos, ni siquiera se han presentado en la institución para mantener una mínima conversación a pesar de las numerosas convocatorias.
Me gustaría pedirle a quienes nos gobiernan que, antes de desmontar una pieza del formato escolar que tiene tanto tiempo en funcionamiento, recuerden que es imprescindible revisar qué otras piezas se articulan con ella, así como también realizar procesos de consulta serios con los actores del sistema que día a día le ponemos el cuerpo al cotidiano escolar, léase directivos y docentes. Sí, consultar a estos docentes a los cuales la sociedad nos aprieta para aprobar a todos, pero después nos critica si bajamos la exigencia y las pruebas estandarizadas dan mal. Quisiera creer que las personas que se hallan en los altos procesos de decisión han considerado que en las escuelas los espacios físicos son finitos, que trabajamos “a silla caliente” porque en un mismo edificio funcionan varios niveles y varios turnos, que las aulas están llenas de chicos y que los recursos materiales no alcanzan. Quisiera pensar que habrá nuevos nombramientos de docentes especialmente pagos para poder llevar adelante la recursada de los chicos y chicas que no repiten pero que deben realizar trayectos acompañados de estas materias, y que no se va a recargar laboralmente a los docentes del espacio curricular no aprobado porque esta recarga laboral, además de contribuir a una precarización vergonzante, comporta un mensaje peligrosísimo: como vos lo desaprobaste, vos tendrás que sacar tiempos de donde no tenés para poder “acompañarlo” durante todo el año próximo, así que la próxima vez pensá bien lo que vas a hacer. Quisiera tener la esperanza, además, de que no nos escudaremos en las TIC como forma de implementar un “como si”: aulas virtuales puestas en funcionamiento por docentes desbordados, donde parece que acontecen enseñanzas y aprendizajes, pero todos sabemos que sólo es un trámite ficcional. Quisiera, también que, en caso de apostar a un equipamiento de recursos humanos y materiales, no se vaya a volver a discriminar nuevamente a las escuelas privadas, asumiendo mentirosamente que todas ellas tienen alumnos llenos de dinero y profesores ídem, porque si los gobiernos vienen implementando la privatización de la educación como política silenciosa hace décadas, construir luego programas que únicamente beneficien a la escuela estatal es sólo un poco menos que cínico.
Finalmente, me gustaría pensar que todos estamos de acuerdo en que la secundaria no debe ser una instancia de “egreso irrestricto”, donde se apruebe calentando una silla… o ni siquiera eso, dadas las enormes dificultades que directores y docentes venimos atravesando para volver a recuperar a la asistencia como un pilar fundamental de los hábitos de estudio y aprendizaje.
[1] Directora de nivel secundario en el Instituto de Enseñanza Secundaria y Superior (IESS) de Villa Carlos Paz. Profesora y Licenciada en Historia y Magister en Investigación Educativa por la UNC. Especialista en Gestión Educativa y Doctoranda en FLACSO Argentina. Autora del Newsletter Máximas de una Directora de Escuela en Gloria y Loor