Nuestros jóvenes Ni-Ni de hoy
La sociedad argentina de la pospandemia presenta un escenario de desigualdades agravadas que afloraron luego de la crisis sanitaria, pero también en un contexto de estancamiento económico y ocupacional que lleva más de una década, de consecuencias dramáticas en materia de exclusión social. Este es el caso de la situación educativa y laboral de los jóvenes de entre 18 y 24 años que deben enfrentar el tránsito de la formación profesional y la dificultad del primer empleo. Pero la ausencia de un modelo de desarrollo con inclusión social no solo se expresa en nuestro país en materia de déficits educativos y ocupacionales para estos jóvenes sino también, y sobre todo, en la conformación creciente de jóvenes estructuralmente excluidos por la falta de trabajo, oportunidades de formación y esperanzas de progreso social.
Desde el Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA-UCA), al indagar sobre el estado de esta población en materia educativa y laboral durante el período 2017-2021, se arriba a dos grandes conclusiones. Por una parte, la buena noticia es que una parte de los jóvenes de 18 a 24 años que en contexto de pandemia perdieron su trabajo estaban desocupados o redujeron sus actividades, retomaron estudios o iniciaron estudios terciarios y/o universitarios durante 2020, y la recuperación pospandemia de 2021 logró sostener esta mejora en la inclusión educativa. Este proceso siguió una tendencia inversa a la de los adolescentes de sectores vulnerables, para quienes la falta de escolaridad llevó a una parte de ellos a abandonar estudios. Ahora bien, los principales beneficiarios de esta tendencia fueron los hijos de las clases medias y medias bajas que mantienen su esperanza de ampliar sus oportunidades laborales futuras.
Por otra parte, la mala noticia es que el grupo de jóvenes que no estudian ni trabajan constituyen al menos uno de cada cuatro jóvenes de nuestra sociedad, más de 1,2 millones de chicos/as, la mayoría de ellos residentes en hogares pobres estructurales o de sectores populares empobrecidos, también en su mayoría mujeres sin secundario completo ni acceso a servicios de cuidado para sus hijos que les permita retomar estudios o buscar un trabajo. En general, residen en asentamientos marginales, en situación de hacinamiento, sin recursos ni oportunidades para estudiar ni trabajar, ni siquiera a veces para buscar un trabajo. Muchas veces logran ser beneficiarios de programas de asistencia social, pero no de las becas Progresar, ni tampoco cuentan con apoyo para acceder a una pasantía de formación laboral o un primer empleo que les permita salir de la exclusión. Se trata de jóvenes que forman parte de hogares de sectores pobres informales o incluso de segmentos de trabajadores formales, pero en descenso social.
Esta situación de exclusión tanto económica como educativa no solo hipoteca a buena parte de los jóvenes de hoy, también implica multiplicar el futuro descarte de los hijos/as de estos jóvenes. Sin cambios estructurales que reviertan la decadencia argentina, tanto las actuales como las futuras generaciones de jóvenes habitarán una sociedad más desigual, más pobre en bienestar, con un sistema económico sin oportunidades laborales dignas y, seguramente, con un sistema político más frágil e inestable.
Es por ello imperante poner en marcha un modelo de estabilización, crecimiento e inclusión social que cuente con instituciones de cuidado y doble escolaridad para los niños/jóvenes provenientes de estratos más vulnerables, de políticas que ayuden a las mujeres a librarse de aquellos procesos de autoexclusión que las obligan a postergar sus estudios y oportunidades de trabajo; urge contar, no con más programas “universales” de ingresos, sino con programas de primer empleo a través de becas de formación para el trabajo que hagan posible la participación de los jóvenes en el mercado laboral adaptado a sus potencialidades de crear y participar en la creación de riqueza social.
*/**Observatorio de la Deuda Social Argentina-Universidad Católica Argentina (ODSA-UCA).