Argentina frente a su Fracaso Escolar Masivo: excusas y posibilidades.
Por Mariano Narodowski
El peor error frente a la situación educativa actual es pensar que el fracaso escolar masivo que enfrenta la Argentina es la suma de los fracasos individuales de los estudiantes que abandonan la escuela, que repiten de curso varias veces o que no alcanzan los aprendizajes correspondientes a su nivel de escolaridad.
¿Qué es fracaso escolar masivo”? Arranco con un ejemplo: como hemos mostrado junto a Victor Vollman, Martín Nistal y Gabriela Catri en un estudio publicado por Argentinos por la Educación, de cada cien estudiantes que se incorporan al nivel primerio, solamente dieciséis concluyen el nivel secundario en tiempo (sin haber repetido o abandonado) y en forma (con los saberes mínimos). Pero esto no debe ser considerado como la sumatoria del ochenta y cuatro por ciento de estudiantes irresponsables, vagos o poco aplicados al estudio. Tampoco es el efecto de la suma de sus correspondientes docentes que no saben enseñar, no exigen o no se comprometen con el aprendizaje de sus alumnos: es ingenuo y a la vez técnicamente equivocado adjudicar este fracaso escolar masivo a una suerte de acción negativa coordinada entre millones de individuos desperdigados por todo el país que no cumplen con lo que se espera de ellos.
El profesor e investigador Ricardo Baquero y su equipo, acuñaron el concepto “fracaso escolar masivo” para referir a una situación generalizada en la que no se alcanzan los mínimos saberes escolares. Apuntaron contra la falacia que consiste en confundir el lugar donde se confirma un efecto (por ejemplo, el alumno que no aprende) con el lugar en donde estaría la causa (en el propio alumno).
Esta falacia tiene consecuencias concretas muy negativas, como la práctica de repetir un curso o un grado como solución al déficit de aprendizaje bajo una explicación tan sencilla como equivocada: el responsable del fracaso es el alumno por lo que debe repetir tantas veces hasta que aprenda. Se trata de una definición torpe y alejada de la evidencia académica internacional pero que circula en ámbitos pretendidamente expertos y es el argumento mediático más importante.
Sin embargo, muchas de las respuestas actuales para contrarrestar la repetición escolar también recurren a la misma falacia pero en un sentido contrario: como el sistema educativo no puede brindar respuestas positivas a cada alumno para que logren aprendizajes significativos, se termina por convalidar este déficit promoviendo al curso siguiente sin aprender, especialmente en el secundario donde la certificación final es de vital importancia para la inclusión laboral.
Ambas son caras de una misma moneda, un esquema que solo contribuye a naturalizar el colapso de la educación: los conservadores son pro-repitencia y los progresistas son pro- promoción. O los alumnos repiten y no aprenden o los alumnos pasan y no aprenden. Conclusión: los alumnos no aprenden. Fracaso escolar masivo en cualquiera de sus dos modalidades ideológicas.
El origen socioeconómico como excusa
Otro de los errores a los que lleva esta falla en el razonamiento consiste en convertir la denuncia de las inaceptables condiciones por las que transcurre la vida de la mitad de los niños y adolescentes argentinos (y el obvio señalamiento de que esto representa un problema para la enseñanza), en una descripción de la situación deficitaria de cada alumno.
Baquero explica que del mismo modo que en la pedagogía tradicional algunos niños no poseían niveles de maduración o cocientes intelectuales adecuados y eran derivados a la escuela “diferencial”, ahora se trata de que vienen de entornos sociales problemáticos, de vidas “no adecuadas” para un escolaridad “normal”.
Esta concepción es engañosa porque a primera vista luce como incorporando al análisis las variables sociales y hasta políticas del fracaso escolar masivo. Pero lo hace del mismo modo errado que en la concepción tradicional: el fracaso escolar se adjudica a un déficit que trae el individuo y sobre el que la escuela no tiene nada para hacer. En otras palabras, la pobreza como predictor estadístico del fracaso escolar se convierte un tótem intocable; en una excusa para justificar abandono, repitencia y mal rendimiento.
El concepto baqueriano de fracaso escolar masivo invita a sospechar más de las escuela (y de lo que la escuela puede y no hacer) de individuos portadores de déficits sociales, económicos o psicológicos
La solución al fracaso escolar masivo se encuentra saliendo de estos esquemas conceptuales, en su formato conservador o en su formato progresista. Si entendemos a la educabilidad no como una característica de los individuos sino como un conjunto de condiciones y estrategias de las escuelas, es necesario brindar a la organización escolar la capacidad de adaptarse a su alumnado de manera inteligente para conducir la enseñanza de modo que todos aprendan. Pero esta flexibilidad necesita de regulaciones y recursos estatales que hoy no solo que no están sino que los que están juegan a favor del fracaso escolar masivo, a veces generando una falsa autonomía escolar en la que se abandona a las escuelas a su suerte.
Y este cambio organizacional y de distribución de recursos debe encuadrarse en un programa nacional de política educativa con una mirada seria, que plantee logros alcanzables a lo largo del tiempo y que convoque a la sociedad a descolapsar la educación.