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Ir a la escuela con hambre: tras la muerte de una niña en CABA, un experto explica por qué los docentes hoy deben enseñar y cuidar

Mariano Narodowski, profesor de la Universidad Di Tella y especialista en Educación compara a las escuelas públicas con terminales burocráticas del Estado; “Muchas veces, la escuela es el lugar de una nutrición medianamente razonable”, sostuvo en diálogo con LA NACION

Hace pocos días, la muerte de Maylén, una niña de 11 años que vivía en el barrio 21-24 de Barracas en condiciones de extrema pobreza, puso en evidencia que en estas comunidades la escuela suele ser el principal punto de contacto del Estado como garante de los derechos de niños, niñas y adolescentes.

Si bien el informe de la Fiscalía porteña afirma que la causa de su muerte fue una neumopatía bilateral, docentes de la escuela a la que asistía (“República de Haití”, del Distrito Escolar 5) hicieron saber que la vulneración de derechos que padecía la niña llevaba varios años.

En estos contextos, el maestro debe gestionar urgencias como el hambre, o la falta de ropa o de útiles de sus alumnos. ”Entre los docentes le conseguíamos ropa, útiles, le gestionábamos turnos médicos y hasta un par de anteojos para que mejorara su visión. Desde que inició su escolarización, en 2017, se sabía cuál era su situación. Era frecuente que viniera sin comer, así que también le conseguíamos algo caliente para que no tuviera hambre. Pero no hay suficiente red. Los maestros estamos solos”, se lamentó Alejandra, quien fue maestra de la niña en 2019 y actualmente trabaja en la escuela.

Pero, ¿cómo debería ser el acompañamiento del Estado a los docentes en un contexto como el actual, de pobreza creciente y recrudecimiento de la violencia intrafamiliar? ¿Cómo hacer para que todas esas urgencias no eclipsen su principal tarea, la de enseñar? LA NACION conversó con Mariano Narodowski, profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y un referente en materia educativa, quien comparó a las escuelas públicas con terminales burocráticas del Estado.

“Nadie eligió nacer en el hogar que nació ni con las condiciones de vida con las que nació. El reconocimiento de esta lotería es la base para una redistribución justa por parte del Estado, brindando mejor educación a todos, pero focalizando en los sectores sociales que más lo necesitan y así tratar de igualar para arriba”, sostuvo Narodowski, académico asociado de la organización Argentinos por la Educación.

Hace pocos días falleció una niña de 11 años que vivía en condiciones de pobreza extrema en la zona Sur de la Ciudad. El viernes último, su docente tuvo que llamar al SAME porque la niña se había desvanecido de hambre. A la ya de por sí difícil tarea de educar en este contexto de pandemia, ¿qué otros desafíos se le añaden a una escuela que debe atender otras urgencias, como la del hambre de sus alumnos?

–Desde el surgimiento del sistema escolar hasta mediados del siglo XX, la función de las escuelas fue la enseñanza. La alimentación, la salud y la asistencia al establecimiento eran obligaciones de las familias (se decía “padre, tutor o encargado”) y el Estado tenía poder de policía para sancionar a los padres. Más tarde, lo que llamamos funciones de “cuidado” pasan a ser responsabilidad de las escuelas porque más chicos pobres asisten a ellas y porque ya es imposible que sus progenitores se hagan cargo. Vivimos un contrasentido: si los docentes y los funcionarios no cumplen con su obligación de enseñanza pueden pasar inadvertidos, pero el incumplimiento de las acciones de “cuidado” conlleva sanciones políticas y legales.

Según los docentes de la niña, la escuela se ocupó todo lo que pudo de garantizarle otros derechos que tenía vulnerados, como el de la alimentación o acceso a la salud. Cuando miramos los niveles de pobreza a nivel país, es fácil suponer que no se trata de un caso excepcional. Que la escuela sea la primera presencia del Estado en la vida de un niño, ¿de qué otros problemas más estructurales nos está hablando?

–Muchísimos progenitores no pueden ser adultos frente a sus hijos, no pueden hacerse cargo. La vieja alianza escuela-familia está averiada. Los motivos son diversos: sociales, económicos, culturales y tecnológicos. En sociedades con alto deterioro social, a las escuelas les es muy difícil hacerle frente a la situación, no solamente por falta de recursos sino también porque las escuelas públicas son terminales burocráticas del Estado, con muy poco margen para tomar decisiones pedagógicas para cada situación. Es la tormenta perfecta: los docentes recibiendo en la escuela los problemas sociales, pero sin las herramientas para construir las mejores soluciones.

Una tormenta que ya está ocurriendo, a juzgar por algunos resultados pedagógicos.

–Como mostramos en un estudio publicado por Argentinos por la Educación, de cada 100 chicos que ingresan en primer grado solo 16 terminan el secundario obligatorio en tiempo y forma; o sea, sin repetir cursos y con un rendimiento académico satisfactorio. Y de ellos, solo 3 son pobres. La degradación de las condiciones de vida de millones de argentinos conforma la nueva normalidad aun antes de la pandemia, con la generalización de los déficits de aprendizaje y la habituación al abandono escolar.

¿Con qué herramientas los docentes podrían combatir esta nueva normalidad?

–Las situaciones son muy diversas y ameritan respuestas diversas: es necesario reforzar las modalidades didácticas, conectividad y herramientas digitales; mayor disponibilidad de material de lectura; variación del número de alumnos según las dificultades; aumentar la cantidad de docentes por curso, etcétera.

¿Y si hablamos de la formación profesional docente?

–Los docentes se forman en el modelo escolar original: aprenden a enseñar. Las acciones de “cuidado” las tienen que aprender sobre la marcha. Mi propuesta es que las actividades de las escuelas se dividan entre un personal docente altamente calificado para enseñar, personal alterno para las tareas de cuidado y personal administrativo para que los docentes se ocupen básicamente de la pedagogía. Ese es el mejor modo de que el Estado organice las escuelas para preservar al máximo el aprendizaje de los alumnos, quienes estarán acompañados por otros profesionales para cuestiones no directamente educacionales. No es fácil ni barato, pero no veo otra solución de fondo disponible.

Históricamente, el proceso educativo de un niño se asentaba sobre la alianza escuela-familia, de la que usted hablaba antes. ¿Qué desafíos adicionales se les imponen a la escuela cuando, por diferentes circunstancias, la familia no funciona como red?

–El primer tema es la comida. Muchas veces la escuela es el lugar de una nutrición medianamente razonable. He visto, incluso, que hay instituciones que articulan con organizaciones sociales para maximizar la cantidad de chicos alimentados. Este cuadro de situación lleva ya varios años y es inadmisible: nos estamos acostumbrando a la antesala de lo peor.

Se ha hablado mucho sobre cómo la pandemia y el confinamiento afectaron nuestras vidas: desde los vínculos, pasando por nuestra salud, hasta llegar a la economía. Es claro suponer que hoy las escuelas le abren las puertas a un alumnado diferente, en donde la violencia y la extrema pobreza pueden haber recrudecido. ¿Con qué tipo de acompañamiento institucional cuentan las escuelas para no hacerle frente solas a tales desafíos?

–La mayoría de las escuelas públicas del país no cuentan con acompañamientos institucionales especializados en Psicología o Psicopedagogía. Los Equipos de Orientación Escolar en la Ciudad de Buenos Aires, es decir los “gabinetes” o los CIE en la Provincia de Buenos Aires, por ejemplo, están diseñados para operar sobre situaciones minoritarias y no sobre aluviones de consultas o derivaciones. Al mismo tiempo, este desborde hace que los docentes patologicen situaciones que son de carácter pedagógico, lo que aumenta aún más la cantidad de derivaciones. Ni las escuelas ni los docentes están preparadas para este tipo de situaciones y muchas veces no queda claro cuál es la función de cada quien.

La educación es fundamental en la vida de cualquier chico. Pero lo es mucho más cuando ese chico vive en la pobreza. Sin embargo, sabemos que el contexto en el que vive, influye en el tipo de educación que recibe. ¿Qué debería suceder para que desigualdad socioeconómica y desigualdad educativa no sean la cara de la misma moneda?

–Lo primero es entender que nadie eligió nacer con las condiciones de vida con las que nació: los chicos no son responsables de las malas condiciones sociales que le tocan ni tienen por qué heredar las presuntas malas decisiones de sus padres. Tampoco hicimos nada para heredar las buenas condiciones que nos tocaron a algunos. El reconocimiento de esta lotería es la base para una redistribución justa por parte del Estado, brindando mejor educación a todos, pero focalizando en los sectores sociales que más lo necesitan y así tratar de igualar para arriba. Seamos honestos: este escenario es muy difícil sino imposible en la Argentina en el corto o mediano plazo por lo que hay que empezar cuanto antes, sabiendo que no es cierto que los cambios en educación se ven en 20 años: la evidencia muestra que mejoras consistentes en el camino correcto producen resultados educacionales inmediatos.

https://www.lanacion.com.ar/comunidad/ir-a-la-escuela-con-hambre-tras-la-muerte-de-una-nina-en-caba-un-experto-explica-por-que-los-nid18082022/