El negacionismo digital
El artículo analiza las noticias recientes sobre el uso de la tecnología en la educación y cómo estos titulares se utilizan para promover un discurso alarmista y reduccionista que no responde a la realidad de las aulas y que puede afectar a la igualdad de oportunidades e incrementar la brecha digital. El uso de la tecnología en el aula debe abordarse de manera reflexiva, evitando caer en alarmismos infundados.
El trumpismo educativo existe. Es el triunfo de la posverdad. En nuestro país, adquiere forma de pin parental, de discurso engañoso sobre la cultura del esfuerzo o, en las últimas semanas, en la promoción de la visión anti-tecnología en las escuelas. En el momento actual, parece que importa más el relato que los hechos y el negacionismo tecnológico aterriza en las escuelas. Impacta, sobre todo, en las familias, agobiadas por la falta de tiempo, y también en docentes saturados por el proceso de habilitación de la competencia digital y la falta de recursos en las aulas públicas.
En nuestro imaginario colectivo, los países del norte de Europa representan la calidad de vida y el desarrollo de políticas sociales pioneras. Finlandia representa desde hace décadas la panacea del sistema educativo. Tendemos a tomar a los países escandinavos como referencia. Sin duda el equilibrio entre calificaciones e indicadores de igualdad de estos países en PISA generan esa imagen totémica, aunque esto no implique que deban ser imitados sin más. Por eso, cuando leemos que en Suecia van a volver a los libros de texto en papel o que en Países Bajos van a prohibir el uso de móviles, nos planteamos si aquí estamos haciendo algo mal.
Investigar tras la noticia
Los titulares llaman mucho la atención: “la vuelta al papel”, “la prohibición de los teléfonos”… Pero cuando analizamos el contenido de las noticias se perciben los porqués y se entiende mejor el contexto.
La decisión de Suecia se explica mejor si consideramos que este país, aunque sigue situándose por encima de la media europea, ha caído en las evaluaciones internacionales. En el informe PIRLS, que evalúa la capacidad lectora, ha perdido 11 puntos. Ante la perspectiva de que pueda cuestionarse la política educativa planteada en los últimos años, una cabeza de turco a mano ofrece una coartada facilona y vendible: la tecnología. Por ello, Suecia ha anunciado a bombo y platillo que va a “desdigitalizar” la escuela y la noticia ha corrido como la pólvora. La ministra de Educación sueca explica que los libros de texto digitales no son buenos y que escribir a mano es mejor para el cerebro y para el desarrollo cognitivo. Además, resulta para las familias más fácil ayudar a sus hijos con los deberes o preparar un examen si hay un papel de por medio.
Cuando leemos las declaraciones de la ministra, a la primera conclusión a la que llegamos es que el proceso de digitalización de las escuelas suecas está cayendo en un error importante: sustituir libros de texto impresos por digitales no implica innovación educativa; supone un mero intercambio de soportes. Si usamos los libros de texto digitales para trabajar igual que con los impresos, estamos utilizando un soporte muy caro para impartir clase de la misma manera que hace 200 años. Eso no es innovación docente. La Tecnología Educativa lo lleva planteando desde su nacimiento como disciplina. El desarrollo de la competencia digital no es eso. Los nuevos recursos no vienen a sustituir a los anteriores, sino a enriquecer nuestra caja de herramientas como docentes.
En las aulas de las docentes de infantil más innovadoras de nuestro país, los niños y niñas siguen utilizando el lápiz y jugando con la plastilina, pero también se encuentra espacio para introducir las tecnologías. Asumir que la tecnología tiene la culpa de los males de todo el sistema educativo es una visión simple y reduccionista, además de peligrosa. Si queremos mejorar la comprensión lectora, mejoremos las bibliotecas de los centros y promovamos el hábito lector. Echar la culpa a la tecnología es reduccionismo y proponer soluciones fáciles a problemas mucho más complejos.
Algo similar sucede con la noticia de que en los Países Bajos van a prohibir los móviles. Cuando uno profundiza en la noticia, se descubre que en realidad esta decisión va a quedar en manos de los centros educativos, que tendrán autonomía para valorar si usar o no estos dispositivos, además de que podrán utilizarse de forma razonada para actividades didácticas y el desarrollo de la competencia digital. Esto es una realidad más coherente de lo que puede aparecer en la primera lectura de los titulares sobre este tema. Lo que nos lleva también a otra conclusión: la visión anti-tecnológica vende.
Los especialistas han investigado de manera seria los posibles efectos del uso excesivo de la tecnología por parte de niños y adolescentes. Sería recomendable que algunos medios trataran de esquivar el clickbait sobre un asunto tan serio para evitar correlaciones simples y no fundamentadas, como la famosa relación entre la tasa de divorcios en Maine y el consumo de margarina. Les proponemos los siguientes documentos:
American Psychological Association (APA): What do we really know about kids and screens?, American Academy of Pediatrics (AAP): Media and Young Minds, Media Use in School-Aged Children and Adolescents y Children and Adolescents and Digital Media, American Academy of Child and Adolescent Psychiatry (AACAP): Screen Time and Children.
Por lo tanto, parece que el negacionismo tecnológico se va extendiendo, como el negacionismo climático o el movimiento antivacunas. En 2016, el New York Post, un periódico sensacionalista norteamericano, publicó un artículo titulado “It’s ‘digital heroin’: How screens turn kids into psychotic junkies” (“Es ‘heroína digital’: Cómo las pantallas convierten a los niños en yonquis psicóticos”). Lo firmaba el doctor Nicholas Kardaras, un psicoterapeuta especializado en adicciones. Unas semanas antes, el mismo Dr. Kandaras había publicado un libro titulado Glow Kids: How Screen Addiction Is Hijacking Our Kids —and How to Break the Trance (“Niños resplandecientes: Cómo la adicción a las pantallas está secuestrando a nuestros hijos —y cómo romper el trance”), refiriéndose al efecto de la luz de las pantallas en las caras de los niños por la noche. Además, el Dr. Kardaras daba charlas sobre el tema por todo el país y, por aquella época, era el director ejecutivo de The Dunes East Hampton, una clínica especializada en desintoxicar pacientes pudientes de sus adicciones a las drogas. Desde entonces, el autor ha comparado la tecnología con heroína digital, ha difundido la idea de que las pantallas son malas en las escuelas y ha publicado numerosos artículos y libros hablando de las adicciones digitales y de cómo las redes sociales pueden estar enfermando a los jóvenes, hasta que en 2022 publicó su nuevo libro que habla literalmente de “locura digital” y relaciona la tecnología con problemas de salud mental. Lo interesante de este caso que ponemos como ejemplo es que actualmente, según su página web, el Dr. Kandaras es fundador y director clínico de Maui Recovery en Hawai, Omega Recovery en Austin y Launch House en Nueva York, centros especializados en el tratamiento de adicciones.
Cada vez que encontremos un artículo que equipare la tecnología con drogas en la infancia deberíamos plantearnos qué beneficios puede obtener el autor o autora por asustar a los lectores y promover el pánico moral, e investigar acerca de qué puede estar ofreciendo (su libro, su charla, su tratamiento…). Esta información puede arrojar luz sobre las motivaciones que hay detrás de algunos tonos alarmistas de la narrativa que solemos encontrar sobre la tecnología en el aula.
La “desdigitalización” en una escuela no digitalizada
La (supuesta) prohibición sueca ha servido de coartada para que algunos defensores de la escuela anti-tecnología se suban al carro y nos presenten un mundo educativo que no existe. Hablan de volver a la memoria, a la caligrafía y los libros de texto. Sin embargo, desde una posición más equilibrada, nosotros nos preguntamos ¿pero se fueron en algún momento? Cada año en nuestro país se gastan millones de euros en bancos de libros de texto. Aunque haya experiencias interesantes de innovación docente que usan las tecnologías, no es lo común (recordad: meter un libro de texto dentro de una tablet no es innovación educativa). Por tanto, el marco que plantean estos neoluditas contrasta con la realidad y encontramos, por ejemplo, que solo uno de cada tres estudiantes en centros públicos disponen de ordenador para las clases.
En realidad, esta misma estrategia se usa para el negacionismo científico en cualquier tema: plantear un marco de debate que no es real (“el cambio climático no existe” “la escuela es un parque de atracciones digital”) para, en torno a eso, proponer una toma de decisiones no fundamentada. Resulta importante remarcar en este punto que no cuestionamos el debate en torno a cómo incorporar la tecnología en el aula, y tenemos claro que es importante tener una perspectiva crítica. La innovación vacía y el mal uso de la tecnología se pueden abordar de manera constructiva, pero el marco neoludita de este debate no propone una mejor manera de utilizar los recursos digitales ni cuestiona si las políticas que se están aplicando para el desarrollo de la competencia digital son las idóneas; no. Simplemente se proclama al viento que la tecnología tiene la culpa de todo: miopía, falta de atención, problemas de lectura, rendimiento… Tras estas ideas se esconde un análisis que no se llega ni a plantear y que es necesario poner sobre la mesa. ¿El problema son las pantallas o la disminución de la interacción social? Mientras que la investigación no es concluyente en algunos temas, el planteamiento negacionista agita la bandera del miedo ante la tecnología y asume, por tanto, que con su eliminación todo mejorará. Se aplica, pues, un pensamiento mágico que rehúye la responsabilidad de los adultos y gestores en la mejora educativa y en que desde la comunidad educativa podamos afrontar los verdaderos problemas del sistema educativo: la segregación y la falta de recursos.
Si algo puso en evidencia la pandemia es la necesidad de desarrollar la competencia digital de profesorado y alumnado y de proveer de recursos y apoyos para poder realizar una digitalización que no deje a nadie atrás. No obstante, entendemos que estos discursos calen en un profesorado que se topa, tras la pandemia, con un proceso de acreditación de competencia digital a marchas forzadas en un modelo que deberíamos replantearnos seriamente. Sin embargo, que haya políticas educativas que promuevan la digitalización de la escuela desde un enfoque inadecuado, no significa que la tecnología en la escuela no sea importante. Nadie se plantea que por haber vivido un modelo de bilingüismo inadecuado tengamos que renunciar a aprender idiomas. Estar en contra de la pedagogía porque surja una moda educativa sin sentido es como estar en contra de la medicina porque existe la homeopatía y refleja un desconocimiento colosal de las ciencias de la educación.
La tecnología educativa y la justicia social
Por supuesto, la tecnología conlleva riesgos; por ello, su uso se debe abordar durante los procesos educativos formales. Es una cuestión de justicia social. Negar el uso de las tecnologías en las escuelas agudiza la desigualdad y aumenta la brecha digital entre los estudiantes más desfavorecidos; para ellos, la escuela será uno de los pocos lugares en los que poder hacer un uso adecuado de estas herramientas y alfabetizarse digitalmente.
En un mundo en el que los algoritmos condicionan las decisiones que tomamos en nuestra vida, la alfabetización digital es absolutamente imprescindible para generar ciudadanos con capacidad crítica, que no queden a la merced de lo que decidan las grandes tecnológicas. Solo la alfabetización y el desarrollo adecuado de la competencia digital nos ayudará a generar un mundo más inclusivo y a ejercer mejor nuestros derechos y deberes como ciudadanos digitales. El negacionismo ofrece soluciones fáciles a problemas complejos pero la educación como sistema, como institución y como garante de la justicia social, es compleja. Es comprensible que nos dejemos tentar por pines parentales, vuelta a los libros de texto (si alguna vez los dejamos) y otros argumentos que simplifican la solución y que no nos permiten pensar en los porqués.
Es nuestra responsabilidad enfrentar los desafíos y oportunidades que surgen de la transformación digital en la educación. La investigación rigurosa, la reflexión serena y el debate informado son clave para tomar decisiones razonables. El sensacionalismo, la desinformación, el pánico moral y los intereses espurios conducen a decisiones injustificadas. Es crucial reflexionar sobre el papel de la tecnología en la educación. Los algoritmos ya pueden influir en nuestras decisiones; la Inteligencia Artificial va a impactar en la sociedad a muchos niveles. ¿Permitiremos que esto suceda sin abordarlo en la escuela y sin preparar a los estudiantes para la vida real?. Sin ese debate, la inclusión y justicia social que debe propiciar la tecnología quedará en manos de intereses ajenos a la comunidad educativa.
https://eldiariodelaeducacion.com/2023/07/24/el-negacionismo-digital/