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Las universidades como actores de la diplomacia tecnológica

Uno de los valores fundamentales y diferenciadores de nuestras democracias y nuestro sistema universitario abierto a la discusión es que ciertamente podemos sostener un debate que nos permite considerar múltiples alternativas y, queremos pensar, conducirnos finalmente a una mayor eficiencia en el largo plazo

CLAUDIO FEIJOÓ

El círculo virtuoso de la innovación tecnológica

Existe un círculo virtuoso para los países que pretenden algún tipo de liderazgo que comienza en la investigación y el desarrollo tecnológico, que sigue por la innovación de base tecnológica, que continúa por la competitividad y productividad asociadas a la difusión y absorción de esta innovación, y que termina en una combinación de contribuciones a una mejor sociedad y al crecimiento económico. Es un círculo virtuoso porque, como resultado de esta mejor posición, se atraen talento y recursos adicionales que, a su vez, permiten crear nuevas innovaciones y realimentar el proceso.
A estas alturas, aunque existan gobernantes que parezcan ignorarlo porque no es un proceso que suela obtener resultados dentro del ciclo político corto de unas próximas elecciones, no hay ningún economista experto que dude de que la generación, difusión y absorción de innovaciones es lo que permite elegir la economía que sustente el modelo de sociedad que se desea. Si acaso estos mismos economistas discuten sobre cómo poner en marcha este círculo, cuál es la combinación más adecuada de recursos públicos y privados, cómo se deben utilizar estos y, por supuesto, cuál es el modelo de economía y de sociedad que debe resultar del proceso.

Existe un círculo virtuoso para los países que pretenden algún tipo de liderazgo que comienza en la investigación y el desarrollo tecnológico

Geopolítica de la tecnología

Desafortunadamente, mientras no tengamos un esquema de gobernanza global para el planeta, los países compiten por ser los primeros en conseguir innovaciones que les pongan en ventaja frente a otros utilizando este círculo virtuoso. De hecho, tal grado de competencia y división hemos alcanzado para captar y controlar los recursos que sostienen estos ciclos basados en la innovación, que podemos dar por terminada una era de globalización -sus beneficios, pero también sus excesos- y nos adentramos en una época de creciente fragmentación en un mundo multipolar. 

En términos prácticos esta fragmentación adquiere la forma de proteccionismo y nacionalismo tecnológico y de sus innovaciones asociadas, y que lleva a modelos y objetivos diferentes dependiendo del país y región concreto: modelo de doble circulación, política industrial, seguridad económica, soberanía digital, independencia estratégica, o país “x” primero, o incluso a confrontaciones y conflictos cada vez más evidentes. Visto en su conjunto, y como resultado, han aparecido conceptos como la (nueva) geopolítica de la tecnología o, en su versión de diálogo internacional, la diplomacia tecnológica. Son ámbitos que consideran cómo las innovaciones tecnológicas están rediseñando las relaciones -de poder- entre países y regiones.

Puesto que muchos líderes esperan y/o temen que el ganador de la carrera de la innovación domine el mundo a lo largo del siglo XXI, hace que el mero hecho de la existencia de este posible escenario lleva a que muchos países sientan una considerable presión para proteger sus intereses o su propia estabilidad política ante usos extranjeros de nuevas tecnologías. Este no es el mundo hacia el que nos dirigimos, es el mundo en el que vivimos.

La generación, difusión y absorción de innovaciones es lo que permite elegir la economía que sustente el modelo de sociedad que se desea.

Universidades internacionales, tecnología e innovación

Sin embargo, cuando se examina más en detalle este panorama, las relaciones internacionales en tecnología no fueron siempre competitivas, incluso durante muchas épocas fueran más bien colaborativas, particularmente entre un tipo de agente clave como son las universidades.  

El mundo universitario en sus aspectos educativos, de investigación e incluso de innovación, tiene fuertes incentivos para la cooperación. Más allá de lo que el propio nombre de universidad como contribución al bien común recoge, hay una teoría económica muy sólida detrás de esta colaboración: lo mejor posible es hacer un descubrimiento -científico, tecnológico- con medios propios, pero lo segundo mejor es que otro lo haga y que uno pueda utilizarlo para alcanzar el estado del arte rápidamente y progresar desde ahí. 

De hecho, las universidades siguen hiperconectadas en múltiples niveles – en intercambios científicos, tecnológicos, académicos- a pesar de las dificultades actuales, e incluso cuando las demás formas de conexión están en cuestión. Como ejemplo principal, en un creciente ámbito de competencia estratégica, China y la Unión Europea tienen firmado un acuerdo de cooperación en investigación -con los correspondientes fondos de soporte- para el periodo de 2021-2024 en los ámbitos de agri-food, biotech, cambio climático, sostenibilidad y biodiversidad, entre otros.

Un nuevo rol para las universidades

Muchas de las nuevas tecnologías, más allá de expectativas poco realistas, tienen el potencial de ser facilitadoras de los avances de casi cualquier sector económico o industrial. Pero también pueden ser las responsables últimas de posibles y profundos cambios económicos y sociales. La consecución de los beneficios que estas tecnologías -y sus innovaciones asociadas- pueden traernos, y la evitación de los peores presagios sobre sus efectos, van a requerir mantener conexiones y una discusión abierta sobre su alcance y sus consecuencias, a pesar de los muchos intereses en contra. 

Es aquí donde hay un nuevo rol para las universidades dentro de la llamada diplomacia tecnológica. Puesto que ya ha comenzado una fragmentación de lo que podríamos denominar recursos tecnológicos comunes, incluyendo algunos de sus peores efectos como la incapacidad de responder a desafíos globales como el calentamiento global, la sostenibilidad de los recursos naturales o las crisis sanitarias, por no mencionar las guerras, las hambrunas o los desastres naturales, una conexión inteligente entre universidades puede evitar sus peores efectos. 

Es inteligente en dos sentidos o niveles. El primero porque las universidades de forma natural saben colaborar, están acostumbradas y disponen de los medios, aunque modestos, para llevarla a cabo mejor que muchos otros agentes. 

Hay un nuevo rol para las universidades dentro de la llamada diplomacia tecnológica

El segundo porque la fragmentación en sí misma, entendida en el sentido de dar respuestas distintas a cómo utilizar las nuevas tecnologías para los retos globales -la IA en particular- frente a estos retos, no es necesaria y completamente negativa. Se trataría de reconocer que una diferenciación sin un modelo -un centro- dominante podría enriquecer el ecosistema global de soluciones, estimulando innovaciones diversas, y permitiendo, esperanzadamente, escoger aquellas que sean más valiosas con respecto a métricas de interés universal como los derechos o la dignidad humana. Investigadores de todo el mundo piensan que quizá sea un camino que merece la pena explorar. 

Hay algunos datos que sugieren que, efectivamente, las respuestas distintas a los mismos retos pueden enriquecer el debate y ayudarnos a efectuar una mejor selección. Basten dos observaciones al respecto. La primera es que, lejos de las narrativas dominantes, muchas de las principales innovaciones de nuestros días no han venido de un modelo donde el mercado -los agentes privados, los individuos geniales y aislados- son los responsables. Todo lo contrario. Han sido el esfuerzo sostenido y la visión del sector público, con las universidades a la cabeza, los responsables de estas innovaciones, y por citar un caso bien reciente, ahí están las vacunas basadas en el ARN mensajero. 

Una segunda observación consiste en que, al fin y al cabo, uno de los valores fundamentales y diferenciadores de nuestras democracias y nuestro sistema universitario abierto a la discusión es que ciertamente podemos sostener un debate que nos permite considerar múltiples alternativas y, queremos pensar, conducirnos finalmente a una mayor eficiencia en el largo plazo. 

Las universidades en Europa puedan crear una nueva competición global que no se base simplemente en la velocidad de evolución de la tecnología, sino en cómo esta se pone al verdadero servicio de la sociedad

Como resumen, ahora mismo la complejidad de las nuevas tecnologías y los restos globales a los que nos enfrentamos requieren un cierto nivel de colaboración y coordinación dentro de un marco de rivalidad entre sistemas de gobierno. Sin embargo, hasta un cierto punto, la diversidad y la innovación se complementan y, por tanto, la rivalidad y la coordinación no están enfrentadas necesariamente. Ciertamente los tiempos en los que todo valía en la cooperación han quedado atrás por ahora. Pero, precisamente por este motivo, es también el tiempo de considerar cómo la tecnología influye en esta rivalidad, dónde merece la pena colaborar y cómo. En esto consiste la diplomacia tecnológica y las universidades con su combinación única de conocimiento tecnológico y experiencia internacional están excelentemente situadas para contribuir.

Las universidades europeas como líderes en la diversidad

Sería una oportunidad para contribuir dentro de lo que podríamos llamar el “liderazgo de la diversidad”. Europa, con sus universidades a la cabeza, lidera un discurso actual en el que la sociedad civil y sus derechos están por encima de las tecnologías. Son sus universidades las únicas capaces de abogar por los estándares de calidad de la tecnología garanticen las soluciones más respetuosas con la dignidad humana y, en cualquier caso, para que sean más robustas y con una mayor atribución de responsabilidad. La respuesta de las universidades consistiría en centrarse en nuestros valores comunes con respecto a los usos posibles de la tecnología. Es la manera de que las universidades en Europa puedan crear una nueva competición global que no se base simplemente en la velocidad de evolución de la tecnología, sino en cómo esta se pone al verdadero servicio de la sociedad.

A este respecto, Europa -sus universidades- ya son líderes en algunos ámbitos tecnológicos muy importantes: robótica, aplicaciones software industriales y B2B, fabricación (industria 4.0) y equipamiento para la misma, gemelos digitales de grandes infraestructuras, electrónica de baja potencia, computación en el borde (edge computing), salud, transporte, finanzas, agrifood, energía, medio ambiente, tecnologías forestales, y observación de la tierra, áreas concretas de la inteligencia artificial como el procesado de lenguaje natural o la multiculturalidad, entre otros muchos.  

En resumen, si algunas universidades tienen una posible respuesta a la dicotomía mercado -EE. UU.- o estado -China-, son justamente las europeas con su defensa de los valores de la sociedad civil y también con su conocimiento tecnológico. Ya existen algunos ejemplos al respecto de esta aproximación. 

Finalmente, en el caso particular de las universidades en España, disfrutamos de un enorme potencial para la atracción de talento que esté interesado en implementar innovaciones de base tecnológica que puedan contribuir a un aumento de la calidad de vida de nuestras sociedades. Somos un país amable, con alta calidad de vida, seguro, y que comienza a aprovechar las oportunidades de la innovación y el emprendimiento. Es, en realidad, un proceso que ya ha comenzado y al que solo hay que apoyar con acciones relativas a la educación en tecnología de alcance internacional, con la creación de ecosistemas de confianza basados en tecnología con valores europeos, con la utilización de la tecnología para aquello que nos hace únicos como el diálogo intercultural, y con la política industrial adecuada alrededor de la tecnología, al menos en los sectores que ya lideramos. Estas son justamente las líneas de acción de la diplomacia tecnológica de base universitaria.

https://www.espaciosdeeducacionsuperior.es/2022/05/21/las-universidades-como-actores-de-la-diplomacia-tecnologica/