¿Cámaras encendidas o apagadas en clases virtuales?: un dilema para repensar la práctica docente
Por: Pedro Luis Figueroa
Imaginemos la siguiente situación: un docente se prepara para iniciar una clase virtual con sus estudiantes. Abre la plataforma de videollamada, verifica que todo funcione correctamente y espera ansioso a que se unan los participantes. Uno a uno, los rectángulos oscuros con los nombres de los alumnos comienzan a llenar la pantalla. Sin embargo, a medida que transcurren los minutos, el docente advierte con preocupación que la mayoría de esos rectángulos permanecen negros, sin mostrar ninguna imagen. Los estudiantes se han unido a la clase, pero sus cámaras están apagadas.
Esta situación, tan común en los entornos educativos actuales, plantea un dilema que se actualizó y debatió con mucha fuerza durante la pandemia de COVID-19. Ahora que la emergencia sanitaria ha pasado, pero las instancias con el uso de videollamadas se han generalizado y masificado, ¿cómo debemos analizar este fenómeno? ¿Qué implica realmente el hecho de que los estudiantes no enciendan sus cámaras durante las clases virtuales?
Un tema necesario
Este dilema de los estudiantes que no encienden sus cámaras merece ser abordado en profundidad por varias razones fundamentales. En primer lugar, representa un desafío pedagógico significativo que ha surgido a raíz de la creciente adopción de modalidades educativas virtuales y híbridas. A medida que estas formas de enseñanza se vuelven más generalizadas, es crucial comprender las implicaciones y factores asociados para poder brindar una experiencia de aprendizaje efectiva y enriquecedora.
Además, este tema toca fibras sensibles relacionadas con la privacidad, la comodidad y la autonomía de los estudiantes en su proceso de aprendizaje. No se trata simplemente de una cuestión técnica o superficial, sino que tiene ramificaciones más profundas que involucran aspectos psicológicos, culturales y personales. Al abordar este dilema de manera empática y reflexiva, podemos desarrollar enfoques educativos más inclusivos, respetuosos y centrados en las necesidades reales de los estudiantes, fomentando así un aprendizaje más significativo y duradero.
Para comenzar, y antes de adentrarnos en las posibles razones detrás de esta conducta, debemos preguntarnos: ¿por qué se espera que los estudiantes enciendan sus cámaras en encuentros virtuales sincrónicos? Algunos de los motivos incluyen:
- Mantener la atención: Hay una creencia generalizada de que tener las cámaras encendidas ayuda a los estudiantes a permanecer más atentos y enfocados en la clase, al sentirse "observados" por el docente y sus compañeros.
- Fomentar la interacción: Las cámaras encendidas permiten una mayor interacción visual y no verbal, lo que puede facilitar el diálogo, la participación y el intercambio de ideas.
- Reproducir el entorno de una clase presencial: Algunas instituciones y docentes consideran que las cámaras encendidas recrean de manera más fiel la dinámica de una clase presencial, donde todos se ven mutuamente.
- Monitorear la asistencia: En algunos casos, el encendido de cámaras se utiliza como un mecanismo para verificar la presencia efectiva de los estudiantes en la clase virtual.
- Evaluar el lenguaje corporal: Tener las cámaras encendidas permite a los docentes observar el lenguaje corporal y las expresiones faciales de los estudiantes, lo que puede brindar información valiosa sobre su nivel de comprensión o interés.
- Fomentar la conexión personal: Ver los rostros de los demás participantes puede ayudar a crear un sentido de conexión y comunidad más fuerte en el entorno virtual.
- Facilitar la retroalimentación: Con las cámaras encendidas, los docentes pueden brindar retroalimentación más efectiva al observar las reacciones y respuestas visuales de los estudiantes.
¿Por qué no encienden la cámara?
Sin embargo, hay una multitud de factores que pueden influir en la decisión de un estudiante de no encender su cámara durante una clase virtual. Algunos de ellos incluyen:
- Privacidad y comodidad: Muchos estudiantes pueden sentirse inhibidos al mostrar su entorno personal o privado a través de la cámara, ya sea por razones de seguridad, vergüenza o simplemente por preferir mantener esa separación entre su espacio personal y el ámbito académico.
- Problemas técnicos: No todos los estudiantes cuentan con equipos o conexiones a internet de calidad suficiente para mantener una transmisión de video fluida, lo que puede llevarlos a optar por apagar la cámara para evitar interrupciones o retrasos.
- Distracciones visuales: Algunos estudiantes pueden considerar que las imágenes de los demás participantes en la pantalla son una distracción visual que dificulta su concentración en la clase.
- Autoconciencia y ansiedad: Verse a sí mismos en la pantalla puede generar sensaciones de autoconciencia o ansiedad en algunos estudiantes, especialmente aquellos más introvertidos o con problemas de autoestima.
- Razones culturales o personales: Dependiendo del contexto cultural o las creencias personales, algunos estudiantes pueden sentirse incómodos o incluso ir en contra de sus valores al mostrarse ante una cámara.
- Falta de hábito o resistencia al cambio: Para algunos estudiantes, el uso de cámaras en el ámbito académico puede ser algo novedoso y fuera de su zona de confort, lo que puede generar resistencia o falta de hábito.
Así, en este marco heterogéneo de motivos, en lugar de (pre)juzgarlos, es fundamental que los docentes y las instituciones educativas busquen comprender las razones detrás de la decisión de los estudiantes de no encender sus cámaras.
Al consultar directamente a los estudiantes y escuchar sus perspectivas, es posible que encuentren respuestas que no contemplaban inicialmente, relacionadas con aspectos como la privacidad, la baja consideración para el aprendizaje, las cuestiones técnicas, los elementos subjetivos, entre otros.
Esta comprensión empática y abierta al diálogo puede llevar a soluciones más efectivas y adaptadas a las necesidades y circunstancias específicas de los estudiantes, en lugar de imponer reglas inflexibles que pueden generar resistencia o desmotivación, o cumplimiento sin incidencia real o significativa en el aprendizaje.
A su vez, las instituciones educativas deben considerar políticas que equilibren la necesidad de supervisión y participación con el respeto a la privacidad y el bienestar de los estudiantes. Las normativas deben ser flexibles y adaptarse a las necesidades individuales, en lugar de imponer una regla general para todos.
¿Cámara encendida = mayor aprendizaje?
Es importante reconocer que, si bien el encendido de cámaras puede facilitar ciertos aspectos de la interacción y el seguimiento en una clase virtual, no garantiza necesariamente la atención o el aprendizaje efectivo de los estudiantes. En el fondo, la cámara es solo una herramienta, y su uso por sí solo no asegura que el proceso educativo sea significativo y profundo.
En el entorno presencial, es común observar a estudiantes que, a pesar de estar físicamente presentes en el aula, se encuentran distraídos o desconectados del proceso de enseñanza-aprendizaje. Sus cuerpos pueden estar allí, pero sus mentes están en otro lugar. De manera similar, un estudiante con la cámara encendida puede estar mirando en otra dirección, realizando otras tareas en su dispositivo o simplemente fingiendo prestar atención mientras su mente divaga.
Por el contrario, un estudiante con la cámara apagada podría estar completamente enfocado y tomando notas activamente, aprovechando al máximo la experiencia de aprendizaje. La falta de imagen visual no implica necesariamente una falta de compromiso o atención. De hecho, algunas personas incluso argumentan que tener la cámara apagada puede ayudar a reducir distracciones y permitir una mayor concentración en el contenido y las explicaciones del docente.
En última instancia, el verdadero indicador del aprendizaje efectivo no es el estado de la cámara, sino la participación activa, la capacidad de aplicar los conocimientos adquiridos y la demostración de habilidades y competencias desarrolladas. Los docentes deben buscar formas de evaluar y fomentar estos aspectos más significativos, en lugar de enfocarse exclusivamente en el encendido de cámaras como un fin en sí mismo.
En lugar de centrarse exclusivamente en el encendido obligatorio de cámaras, los docentes y las instituciones educativas deberían enfocarse en desarrollar dinámicas de aprendizaje que motiven a los estudiantes a participar activamente en las instancias virtuales y, cuando sea necesario y valioso para el proceso de enseñanza y de aprendizaje, a encender sus cámaras de manera voluntaria y comprometida.
Esto implica repensar las metodologías y estrategias pedagógicas, promoviendo un enfoque más colaborativo, interactivo y centrado en el estudiante. Al involucrar a los alumnos como protagonistas activos de su propio aprendizaje, es más probable que se sientan motivados a contribuir y a mostrar su presencia y participación de manera genuina.
La cámara como puerta de entrada a otras realidades
Puede parecer algo técnico, pero es crucial entender que la cámara no es simplemente un aparato tecnológico, sino una puerta de entrada a otras realidades que, a su vez, influye en las interacciones y dinámicas de una clase virtual. Nuestro comportamiento y forma de relacionarnos puede cambiar cuando sabemos que estamos siendo observados a través de una cámara. Sentirse observados constantemente sin poder verificarlo efectivamente altera nuestra conducta. Nos pasa en lo cotidiano, a todos.
¿Cómo es la interacción mediada por una cámara? Está condicionada por las características de la tecnología. La cámara recorta y enmarca una porción específica de la realidad, mostrando solo lo que entra en su campo de visión y ocultando todo lo demás. Sin embargo, al mismo tiempo, nos brinda acceso a realidades distantes y diversas, permitiendo que personas separadas geográficamente puedan conectarse y verse mutuamente. Y está claro que no es igual al cara a cara.
La forma en que nos relacionamos y nos comportamos cambia cuando interactuamos a través de una cámara. Factores como el encuadre, el ángulo, la iluminación y el entorno pueden influir en cómo nos percibimos y cómo somos percibidos por los demás. Esto puede generar sensaciones de autoconciencia, inhibición o incluso ansiedad en algunos individuos, especialmente en aquellos más sensibles a la presencia de la cámara.
Esta dualidad de la cámara como filtro y ventana, plantea desafíos y oportunidades en el ámbito educativo. Por un lado, puede limitar la expresión completa de las emociones y la comunicación no verbal, al restringir el campo de visión. Por otro lado, abre posibilidades de interacción y colaboración que trascienden las barreras físicas.
En el contexto de las clases virtuales, estos aspectos pueden tener un impacto significativo en la dinámica de la clase y en la experiencia de aprendizaje de los estudiantes. Por lo tanto, es importante que los docentes y las instituciones educativas sean conscientes de estas complejidades y trabajen en estrategias que promuevan un ambiente de confianza y comodidad, donde los estudiantes se sientan libres de expresarse y participar de manera auténtica, ya sea con la cámara encendida o apagada.
¿Obligación?
Cabe preguntarse si realmente tiene sentido obligar el uso de cámaras en las clases virtuales de manera generalizada. Haciendo un paralelismo, obligar el encendido de cámaras en todas las clases virtuales sería similar a dar clases en los hogares de los docentes o de los alumnos en un entorno presencial. Así como respetamos la privacidad y el espacio personal en el mundo físico, debemos considerar esas mismas cuestiones en el ámbito virtual.
Cuando obligamos el encendido de cámaras en clases virtuales, estamos esencialmente permitiendo que los demás participantes tengan acceso visual al espacio personal e íntimo de cada estudiante o docente, sin que exista necesariamente un consentimiento explícito para ello.
A través de la ventana que representa la cámara, los compañeros de clase y el profesor obtienen una mirada directa al entorno privado donde se encuentra cada persona. Ese entorno puede ser el hogar, un dormitorio, una sala de estar o cualquier otro espacio que normalmente se considera un espacio personal y familiar. Estos son lugares cargados de significados profundos, recuerdos y dinámicas únicas para cada individuo y su círculo más cercano.
Al abrir esa ventana sin una aceptación consciente, podemos estar violando involuntariamente la privacidad y la comodidad de algunos participantes. El simple hecho de exponer visualmente aspectos del hogar o del entorno íntimo puede generar sensaciones de vulnerabilidad, invasión o incomodidad.
Es importante tener en cuenta que no todas las personas tienen la misma percepción o nivel de comodidad al mostrar sus espacios personales. Factores culturales, creencias personales, experiencias previas o simplemente preferencias individuales pueden influir en esta sensibilidad. Algunos pueden sentirse completamente a gusto, mientras que otros pueden experimentar ansiedad o resistencia.
Además, debemos considerar que los hogares o espacios donde estén los alumnos, no siempre son entornos tranquilos o ideales. Pueden existir situaciones complejas, ruidos, interrupciones o incluso situaciones de violencia o conflicto que los estudiantes o docentes prefieran mantener en privado.
En lugar de imponer reglas inflexibles sobre el uso de cámaras, es más valioso fomentar un ambiente de confianza y respeto mutuo, donde los estudiantes se sientan cómodos y motivados para participar de manera auténtica, ya sea con la cámara encendida o apagada.
Comprender sus perspectivas, inquietudes y circunstancias particulares puede llevar a soluciones más respetuosas y adaptadas. Quizás se pueden establecer acuerdos sobre el uso de fondos virtuales, la posibilidad de apagar cámaras en momentos específicos o incluso permitir la participación únicamente por audio en ciertos casos.
Repensar y revalorizar el vínculo pedagógico
Este dilema de las cámaras apagadas nos invita a repensar la noción misma de "presencialidad" en el contexto educativo actual. ¿Realmente se trata simplemente de "estar en el mismo espacio físico" o de "vernos a través de una cámara"? ¿O hay algo más profundo que debemos reconsiderar?
Quizás las cámaras apagadas sean un interesante indicio de que los procesos de enseñanza y de aprendizaje no están siendo verdaderamente significativos, colaborativos y centrados en el estudiante como protagonista. Si los alumnos no sienten la necesidad o el deseo de mostrar su presencia visual, podría ser una señal de que algo no está funcionando adecuadamente en la dinámica pedagógica.
Además, no debemos olvidar que este comportamiento no es exclusivo de los estudiantes. Es común encontrar espacios de formación y capacitación para adultos, incluyendo docentes, en los que las cámaras permanecen apagadas por parte de una gran cantidad de participantes. Y ello debería ayudarnos a comprender a los alumnos.
Por lo tanto, no se trata simplemente de una cuestión técnica o de mala voluntad, sino de un fenómeno más profundo que altera los espacios, tiempos y vínculos en el ámbito educativo. Es un desafío que debe abordarse de manera integral y contextualizada, considerando las necesidades y realidades específicas de cada situación y grupo de estudiantes.
Recomendaciones
A continuación, en base a lo dicho, se presentan algunas recomendaciones que pueden ayudar a los docentes y las instituciones educativas a abordar de manera más efectiva el dilema de las cámaras apagadas en las clases sincrónicas:
- Conocer la realidad de los estudiantes: Antes de establecer reglas o expectativas, es fundamental comprender las circunstancias y limitaciones que enfrentan los estudiantes, ya sean técnicas, personales o culturales. Esto puede lograrse mediante encuestas, entrevistas o conversaciones abiertas.
- Consensuar el uso de cámaras: En lugar de imponer reglas unilaterales, involucrar a los estudiantes en el establecimiento de acuerdos y normas razonables sobre el uso de cámaras. Esto puede fomentar un mayor compromiso y respeto por parte de todos los involucrados.
- Promover el uso respetuoso: Si se acuerda el encendido de cámaras, establecer pautas claras sobre el uso respetuoso y ético de las mismas, evitando grabaciones no autorizadas, burlas o comentarios inapropiados sobre los entornos personales.
- Fortalecer el aprendizaje como objetivo central: En lugar de centrarse en el encendido de cámaras como un fin en sí mismo, enfocarse en desarrollar estrategias pedagógicas que promuevan un aprendizaje activo, significativo y colaborativo, donde los estudiantes se sientan motivados a participar y mostrar su presencia de manera genuina.
- Buscar alternativas para garantizar la atención y el vínculo: Explorar otras formas de confirmar la atención y el compromiso de los estudiantes, como través de herramientas interactivas, preguntas frecuentes, actividades en grupo, entre otras. Además, fomentar la creación de vínculos y confianza dentro del grupo, más allá de lo visual.
- Ser flexibles y adaptables: Reconocer que cada situación y grupo de estudiantes es único, y estar dispuestos a ajustar las estrategias y enfoques según las necesidades y circunstancias específicas que se presenten.
Desafío para la tarea docente
Este dilema de las cámaras encendidas o apagadas en clases virtuales nos enfrenta a un desafío importante en la tarea docente: la necesidad de adaptarse y responder de manera efectiva a diferentes espacios y contextos educativos. Así como en el ámbito presencial debemos ajustar nuestras estrategias pedagógicas al cambiar de aulas, instituciones o entornos de enseñanza, en el mundo virtual también debemos estar preparados para navegar diferentes realidades y espacios personales.
Cuando damos clases de manera presencial, comprendemos que cada aula tiene sus propias características físicas, acústicas y ambientales que pueden influir en la dinámica de la clase. El docente aprende a adaptar su metodología, proyección de voz y recursos según las particularidades de cada espacio. Del mismo modo, al ingresar a los espacios virtuales de nuestros estudiantes a través de las cámaras, debemos estar dispuestos a ajustarnos a esas realidades únicas y diversas.
Esto implica desarrollar una mayor sensibilidad y empatía hacia las circunstancias individuales de cada estudiante. Así como respetamos y nos adaptamos a las diferentes necesidades y estilos de aprendizaje en un aula física, en el entorno virtual debemos estar abiertos a comprender las razones detrás de la decisión de encender o apagar una cámara, y ajustar nuestras estrategias en consecuencia.
Además, esta situación nos recuerda la importancia de fomentar una mentalidad flexible y adaptable en nuestra práctica docente. Tal como lo hacemos en una visita educativa o en una actividad fuera del aula tradicional, debemos estar preparados para improvisar, ajustar planes y responder de manera creativa a los desafíos y oportunidades que surgen en estos nuevos espacios virtuales. La capacidad de adaptación y la apertura al cambio son habilidades clave para prosperar en el mundo educativo actual, tanto en entornos presenciales como virtuales.
Repensar las prácticas educativas
Está claro: se trata de un desafío complejo que requiere un abordaje integral y empático. No es simplemente una cuestión técnica o de cumplimiento de reglas, sino de un fenómeno que nos invita a repensar las dinámicas pedagógicas, los vínculos educativos y la noción misma de "presencialidad" en el contexto actual.
Al comprender las razones detrás de esta conducta, promover el diálogo y la participación activa de los estudiantes, y enfocarse en el aprendizaje significativo como objetivo central, es posible encontrar soluciones más efectivas y adaptadas a cada realidad.
Además, este desafío nos recuerda la importancia de no perder de vista el aspecto humano y relacional en la educación, más allá de las herramientas tecnológicas utilizadas. El vínculo pedagógico, basado en la confianza, el respeto y la comprensión mutua, es fundamental para crear entornos de aprendizaje enriquecedores y significativos, ya sea en el ámbito presencial o virtual.
En última instancia, el dilema de las cámaras apagadas nos invita a repensar nuestras prácticas educativas, a escuchar las voces de los estudiantes y a buscar constantemente formas innovadoras de fomentar el aprendizaje activo, la colaboración y el compromiso genuino en todos los involucrados en el proceso educativo.